Había
una vez dos jinetes que se pararon a descansar y almorzaron bajo la sombra de
una talja. Cuando terminaron reemprendieron su camino, pero uno de ellos
olvidó su derrah muy bien doblada
bajo la talja.
Acertó a
pasar por allí un chacal y se acercó a ver qué era aquel bulto misterioso. Lo
observó con curiosidad, lo cogió cautelosamente y empezó a desdoblarlo. Cuando
vio que era una derrah, decidió
llevarla consigo y siguió su camino.
Al poco
de andar se tropezó con Shertat [1], que llevaba arrastrando un cordero muy
grande, que acababa de robar, con la intención de comérselo.
Empezaron
a saludarse:
-¡Hola!
¿Cómo estás?
-¡Bien!
¿Cómo te ha ido?
En
seguida, Shertat vio el paquete que el chacal llevaba bajo el brazo y, no
pudiendo contener su curiosidad, le preguntó:
-¿Qué es
lo que llevas ahi?
-No, no
es nada importante. Pero no puedo decirte qué es.
Shertat,
cada vez más intrigado, siguió probando:
-Pues si
no es nada importante, dime lo que es.
-Simplemente
es una derrah.
-¿Y para
qué quieres tú una derrah?
-Eso no
te lo puedo decir. Es un secreto de familia. Nuestro abuelo la dejó a nuestro
padre y él nos la ha dejado a nosotros. Tiene algunos poderes secretos. Como
ve, es una herencia muy antigua y procede de un país muy lejano.
La
curiosidad de Shertat por conocer el secreto de la derrah iba en aumento y continuó insistiendo ante el chacal para
que se lo revelara. Al fin, éste accedió:
-Voy a
decirte para qué sirve, pero con la condición de que no me la pidas ni quieras
comprármela.
-De
acuerdo, sólo quiero saber su secreto.
-Esta derrah, cuando alguien se la pone, puede
correr y correr, hasta que se le sequen
los ojos [2].
Y, cuando ya está muy cansado, puede pedir cualquier cosa. En un instante se
le aparece allí mismo lo que ha pedido.
En ese
momento el interés de Shertat por la derrah no tenía límites.
-Me la
tienes que vender, te pagaré lo que sea, pero tiene que ser mía.
-Ya te
he dicho que no lo haría.
-Te
pagaré lo que quieras.
-Te he
dicho que no quería venderla.
Y
siguieron así un buen rato, hasta que al final el chacal le dijo:
-Mira,
te la voy a vender, pero con una condición: me la tienes que pagar al contado,
no pienso fiarte.
-¿Y
cuánto pides?
-Quiero
doscientos camellos.
-¿Doscientos
camellos?... Es que... ahora mismo no los tengo. Acepta esta oveja y luego te
pagaré el resto.
-No
puedo aceptar, te dije al contado.
-Venga,
acéptame la oveja y luego te daré los camellos.
Por fin,
accedió el chacal a darle la derrah a
cambio de la oveja. Cuando cada cual tuvo lo que quería, empezaron a correr en
direcciones opuestas tan rápido como podían, por si acaso el otro se arrepentía
del trato hecho.
El
chacal llegó cerca de un uad y se
dispuso a darse un buen festín con el cordero.
Shertat
corrió y corrió hasta que se creyó seguro. Y con gran intriga se puso la derrah. Empezó a correr de nuevo hasta tener los ojos secos. Cuando no pudo dar
ni un paso más, se paró y dijo:
-Doscientos
camellos.
Y no
apareció nada.
-Será
que no he corrido bastante -se dijo.
Empezó
de nuevo a correr hasta agotarse y pidió:
-Cien
caballos.
Tampoco
esta vez ocurrió nada.
-Será
porque no he corrido aún lo suficiente.
Y volvió
a reanudar su carrera hasta que se paró para pedir:
-Quince
caballos.
Y nada.
Casi sin
aliento, arrastrándose, y con un hilo de voz dijo:
-Mi
cordero...
«...tengo
que correr aún más», pensó.
051 Anónimo (saharaui)
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