Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 25 de mayo de 2012

Dagga y medeguiga

Érase una vez un pastor que estaba con su rebaño de cabras y un día la cabra que más quería parió cuatro cabritas y un cabrito dentro de un arbusto de zarzamora. El pastor quería hacer salir del arbusto a la cabra con sus crías, pero no lo conseguía. Lo intentó muchas veces, pero sin éxito. Mientras el frig se iba trasladando de un sitio a otro, el pastor estaba triste y decidió marcharse con el frig dejando las cabras.
La cabra con sus cabritos se quedó viviendo en el arbus­to. Por la mañana iba en busca de comida, por la tarde regre­saba llena de rosas, hierba fresca para sus pequeños y duran­te la noche se queda-ba con ellos.
Puso nombre a sus hijos: Dagga, Medeguiga, Aasa, Me¡­sisa y Regat.
Un día la hiena se dio cuenta de la presencia de la cabra y de sus cabritos, y decidió hacer todo lo posible para comér­selos.
La cabra, alertada por la presencia de la hiena, quedó con sus hijos que no abrirían a nadie la puerta excepto a ella, por ello prepararon una consigna:
-«Dagga, Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puer­ta, estoy aquí y mi boca llena de rosas.»
La hiena descubrió la consigna y un día, aprovechando a ausencia de la madre, fue a la zarzamora y dijo con su voz ronca:
-Dagga, Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puerta, estoy aquí y mi boca llena de rosas.
Al oír la voz, los cabritos se dieron cuenta de quién era y le dijeron­
-Lárgate, tú no eres- nuestra madre.
La hiena se fue en busca de un carpintero que le afinase la garganta. Lo encontró y le dijo:
-Tienes que hacerme algo para que pueda hablar con voz fina y pueda imitar la voz de una cabra.
El hombre le hizo lo que quería y volvió de nuevo hacia la zarzamora. Repitió la consigna, pero los cabritos también reconocie-ron que no era la voz de la madre y la echaron de nuevo.
La hiena volvió a ver al carpintero y éste la operó hasta que pudo imitar con perfección la voz de una cabra. Volvió a la zarzamora y recitó:
-Dagga, Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puerta, estoy aquí y mi boca llena de rosas.
Los cabritos, creyendo que era su madre, abrieron la puerta y la hiena entró y se tragó las cuatro hembras. Sólo quedó Regat, que estaba escondido.
Al regresar, la cabra recitó la consigna, Regat le abrió la puerta y le contó lo ocurrido.
La cabra, al oírlo, corrió detrás de las huellas de la hiena y en el camino pisó el agujero del escorpión, que le dijo:
-¿Quién pisa mi agujero que cavé con mis uñas en el mo­mento que la lluvia caía y el siroco soplaba?
-Es la cabra que tiene los cuernos de oro -respondió la cabra-, y que busca a Dagga, Medeguiga, Aasa y Meisisa. ¿No las has visto por aquí?
El escorpión le respondió:
-La hiena que las ha comido ha pasado por aquí.
La cabra siguió su camino y pasó por muchos agujeros de serpientes, lagartos... y de otros pequeños animales. En to­dos los casos le ocurrió lo mismo. Hasta que finalmente llegó a la cueva de la hiena y ésta, con voz ronca, le preguntó:
-¿Quién pisó mi cueva que he cavado con mis uñas en el momento en que llovía y el siroco soplaba?
-Es la cabra que tiene los cuernos de oro y que busca a Dagga, Medeguiga, Aasa y Meisisa. ¿No han pasado por aquí?
La hiena no respondió.
-Sal, ven para acá -le ordenó la cabra.
-Espera un momento, estoy muy ocupada.
-Sal, ven para acá.
-Espera, que voy a preparar el desayuno de los pastores.
-Sal, ven para acá.
-Espera, que doy el almuerzo a los niños.
Mientras, la hiena, dando vueltas por la cueva, intentaba encon-trar algo para luchar con la cabra. Lo encontró, se puso unos cuernos de arcilla y salió.
Empezó la pelea, cuerno contra cuerno.
La hiena dio el primer golpe a la cabra y le hizo caer un pelo. La cabra la embistió y le hizo caer un puñado de pelos. La hiena volvió a embestir y le hizo caer dos pelos. La cabra se volvió y la abrió en canal e hizo salir a sus hijas Dagga, Me­deguiga, Aasa y Meisisa. Se las llevó a casa y murió la hiena.


051 Anónimo (saharaui)

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