Érase
una vez un pastor que estaba con su rebaño de cabras y un día la cabra que más
quería parió cuatro cabritas y un cabrito dentro de un arbusto de zarzamora. El
pastor quería hacer salir del arbusto a la cabra con sus crías, pero no lo
conseguía. Lo intentó muchas veces, pero sin éxito. Mientras el frig se iba trasladando de un sitio a
otro, el pastor estaba triste y decidió marcharse con el frig dejando las cabras.
La cabra
con sus cabritos se quedó viviendo en el arbusto. Por la mañana iba en busca
de comida, por la tarde regresaba llena de rosas, hierba fresca para sus
pequeños y durante la noche se queda-ba con ellos.
Puso
nombre a sus hijos: Dagga, Medeguiga, Aasa, Me¡sisa y Regat.
Un día
la hiena se dio cuenta de la presencia de la cabra y de sus cabritos, y decidió
hacer todo lo posible para comérselos.
La
cabra, alertada por la presencia de la hiena, quedó con sus hijos que no
abrirían a nadie la puerta excepto a ella, por ello prepararon una consigna:
-«Dagga,
Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puerta, estoy aquí y mi boca llena de
rosas.»
La hiena
descubrió la consigna y un día, aprovechando a ausencia de la madre, fue a la
zarzamora y dijo con su voz ronca:
-Dagga,
Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puerta, estoy aquí y mi boca llena de
rosas.
Al oír
la voz, los cabritos se dieron cuenta de quién era y le dijeron
-Lárgate,
tú no eres- nuestra madre.
La hiena
se fue en busca de un carpintero que le afinase la garganta. Lo encontró y le
dijo:
-Tienes
que hacerme algo para que pueda hablar con voz fina y pueda imitar la voz de
una cabra.
El
hombre le hizo lo que quería y volvió de nuevo hacia la zarzamora. Repitió la
consigna, pero los cabritos también reconocie-ron que no era la voz de la madre
y la echaron de nuevo.
La hiena
volvió a ver al carpintero y éste la operó hasta que pudo imitar con perfección
la voz de una cabra. Volvió a la zarzamora y recitó:
-Dagga,
Medeguiga, Aasa y Meisisa, abridme la puerta, estoy aquí y mi boca llena de
rosas.
Los
cabritos, creyendo que era su madre, abrieron la puerta y la hiena entró y se
tragó las cuatro hembras. Sólo quedó Regat, que estaba escondido.
Al
regresar, la cabra recitó la consigna, Regat le abrió la puerta y le contó lo
ocurrido.
La
cabra, al oírlo, corrió detrás de las huellas de la hiena y en el camino pisó
el agujero del escorpión, que le dijo:
-¿Quién
pisa mi agujero que cavé con mis uñas en el momento que la lluvia caía y el
siroco soplaba?
-Es la
cabra que tiene los cuernos de oro -respondió la cabra-, y que busca a Dagga,
Medeguiga, Aasa y Meisisa. ¿No las has visto por aquí?
El
escorpión le respondió:
-La
hiena que las ha comido ha pasado por aquí.
La cabra
siguió su camino y pasó por muchos agujeros de serpientes, lagartos... y de otros
pequeños animales. En todos los casos le ocurrió lo mismo. Hasta que
finalmente llegó a la cueva de la hiena y ésta, con voz ronca, le preguntó:
-¿Quién
pisó mi cueva que he cavado con mis uñas en el momento en que llovía y el
siroco soplaba?
-Es la
cabra que tiene los cuernos de oro y que busca a Dagga, Medeguiga, Aasa y
Meisisa. ¿No han pasado por aquí?
La hiena
no respondió.
-Sal,
ven para acá -le ordenó la cabra.
-Espera
un momento, estoy muy ocupada.
-Sal,
ven para acá.
-Espera,
que voy a preparar el desayuno de los pastores.
-Sal,
ven para acá.
-Espera,
que doy el almuerzo a los niños.
Mientras,
la hiena, dando vueltas por la cueva, intentaba encon-trar algo para luchar con
la cabra. Lo encontró, se puso unos cuernos de arcilla y salió.
Empezó
la pelea, cuerno contra cuerno.
La hiena
dio el primer golpe a la cabra y le hizo caer un pelo. La cabra la embistió y
le hizo caer un puñado de pelos. La hiena volvió a embestir y le hizo caer dos
pelos. La cabra se volvió y la abrió en canal e hizo salir a sus hijas Dagga,
Medeguiga, Aasa y Meisisa. Se las llevó a casa y murió la hiena.
051 Anónimo (saharaui)
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