69. Cuento popular castellano
Era un pescador y fue a pescar. Y la
primera vez que tiró la rede, sacó un pez muy grande, y le dijo el pez:
-¡No me lleves! ¡Échame otra vez al
agua!
Conque fue y le echó otra vez al agua.
Y fue para casa y se lo contó a su mujer, y la mujer le dijo:
-Eres un bobo. Mira, con eso ya
teníamos para la cena. Vete y mira a ver si le sacas otra vez y te le traes.
Entonces el pescador fue, volvió a
tirar la rede y le volvió a sacar. Y entonces el pez le dijo:
-¡No me mates! Tírame otra vez al
agua.
Pero el pescador le dijo que no, que
su mujer le había dicho que le llevara para la cena. Y le dijo entonces el pez:
-Bueno; pues, llévame. Pero tú no
comas de la carne mía. Y los buesos los recoges y les metes entre la basura. A
los quince días vas y les sacas, y encontrarás dos muchachos y los adoptas como
hijos tuyos.
Bueno; pues así lo hizo. Se marchó
para casa, no quiso comer del pez, recogió todas las espinas, y, una vez
recogidas, las metió en la basura. A los quince días fue a buscarles y se
encontró con dos muchachos muy parecidos, tan parecidos que parecían uno mismo.
Y les llevó pa casa. Ya un día uno de ellos llenó un vaso de agua y le dijo a
su hermano:
-Mira; yo me voy por el mundo. Cuando
veas esta agua regüelta, pues es que a mí me ha pasao algo, y en seguida me
vas a buscar.
Cogió la lanza y se marchó. Y ya llegó
a un pueblo donde vivía un rey que tenía una hija. Y había en aquel pueblo un
monstruo que tenía siete cabezas, y todos los años se llevaba una muchacha de
aquel pueblo. Aquel año tenía que llevarse a la hija del rey, y el rey había
dicho que quien matara a aquel monstruo se casaría con su hija.
Entonces ese muchacho fue y con la
lanza mató al monstruo. Después le sacó las siete lenguas, las recogió y se las
llevó. Fue y le dijo al rey que ya había matao al monstruo y que iba a casarse
con la princesa; pero la hija del rey dijo que no se casaba mientras no
pasaran tres meses, que eran lo que faltaba para venir el monstruo a por ella.
Entonces el muchacho marchó y quedó en volver.
Pero en ese medio tiempo pasó un
carromatero y, al ver el monstruo matao, pues cogió las siete cabezas y las
llevó a palacio. Y la hija del rey, al cabo de los tres meses, se casó con el
carromatero.
Y ya el muchacho, cuando le pareció,
fue y dijo que se iba a casar con la hija del rey, porque había sido él quien
había matao el monstruo ese. Entonces le dijo el rey que era un embustero, que
ya su hija estaba casada, y que lo que había dicho era mentira, que allí tenía
las cabezas del monstruo. Entonces dijo el muchacho que mirasen a ver si
aquellas cabezas tenían lengua. Y al ver que era verdad que no las tenían,
mandaron quemar al carromatero, y se casó la hija del rey con el muchacho ese.
Cuando se fueron a acostar la primer
noche, vio el muchacho desde la ventana una casa muy bonita, muy bien
iluminada, y la dijo a su mujer:
-Oye, mujer, ¿qué es eso que se ve
allá?
-No me hables de eso -dice ella, que
me das mucho miedo. Ahí todo el que va no vuelve.
Al siguiente día cogió el muchacho un
caballo y una lanza y se marchó a ver qué había en aquella casa. Allí vivía una
vieja hechicera y, nada más llegar, le quedó encantao.
Entonces vio su hermano la botella de
agua regüelta y fue y marchó a buscar a su hermano. Llegó a palacio y la hija
del rey le recibió creyendo que era su marido. Y después de cenar, quería ella
irse a acostar. Y miró él desde la ventana y la dijo:
-¿Qué es aquello que se ve allá a lo
lejos? Y ella le dijo:
-Ya te he dicho, marido, que eso no me
tienes que preguntar, que ahí todo el que va no vuelve.
Se calló él, y se fueron a acostar. Y
la dijo él:
-Mira, mujer; tengo hecha una oferta,
y es que tengo que poner un poco tiempo la lanza entre los dos.
Y al siguiente día se levantó, cogió
un caballo y una lanza y se fue derecho para aquella casa. Al llegar, en vez de
acercarse como su hermano, la llamó a la mujer y la dijo que la mataba, que
tenía que desencantar a su hermano y sacársele en seguida. Como la amena-zaba
con la lanza, ya le dio miedo y hizo que saliera su hermano.
Ya venían por el camino los dos
montaos a caballo, cuando le dijo a su hermano:
-Na más ver la botella regüelta fui a
palacio y dormí con tu mujer.
Al decirle eso, su hermano le pegó un
lanzazo y se cayó sin sentido al suelo. Y sin hacerle caso, siguió a su casa.
Llegó a su casa ya muy tarde, cenaron y se fueron a acostar. Y le dijo la
mujer, al irse a acostar:
-¡Qué pronto te olvidas de las
ofertas!
-¿Qué ofertas tengo yo? -dijo él. Y ella le dice:
-¿Qué ofertas tengo yo? -dijo él. Y ella le dice:
-¿No me decías anoche que tenías que
poner un poco tiempo la lanza entre los dos?
Entonces él no se acostó, se dio
cuenta y contó a su mujer lo que había ocurrido. Y se cogió un médico y fue en
busca de su hermano.
Llegaron; pero su hermano ya había
vuelto al conocimiento. Le pidió perdón, y le llevaron a su casa. La mujer les
estaba viendo venir desde la ventana, y decía que quién sería su marido de los
dos.
Y ya pues el otró se marchó para casa
con sus padres. Y el primero se quedó con la reina, y vivieron felices.
Sieteiglesias,
Valladolid. Narrador
XC, 8 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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