186. Cuento popular castellano
Era un ermitaño que vivía en una
cueva. Y todos los días, mientras iba por una cantarilla de agua, un ángel
bajaba y le dejaba el sustento para el día.
Un día, yendo a por el agua, se
encontró con un hombre que le llevaba esposao una pareja de la guardia civil. Y
dijo él:
-¡Cuando le llevan esposao, algún mal
habrá hecho!
Cuando volvió con el cantarillo de
agua, no encontró el sustento como otros días. Y entonces se puso a llorar y a
decir que qué mal había hecho él para que Dios no le mandara el sustento.
Entonces bajó un ángel con una rama seca en la mano y le dijo:
-Mira. Ten esta rama. Y tendrás que ir
peregrinando de puerta en puerta. Pero nunca duermas en cama, aunque te la
ofrezcan; pon siempre esta rama de cabecera. Has pecao con no lastimarte de
ése, y en lo que no florezca esta rama, Dios no te perdonará.
Entonces el ermitaño cogió la rama y
se fue pidiendo por el mundo. En unos sitios le daban limosna y de otros le
echaban. Ya un día que nevó y hacía mucho frío, llegó a una casa y salió una
vieja, y la pidió limosna. Se la dio, y entonces la preguntó él si le dejaba
recogerse allí, aunque fuera en un rincón. La vieja le dijo que no, que ella
vivía con sus hijos y que eran unos bandidos que venían a recogerse todas las
noches, y que si le veían, la matarían a ella. Pero ya tanto pordioseó que la
mujer se lastimó y le dejó entrar, diciéndole:
-Pero tiene usted que estar quietecito
en un rincón para que mis hijos no le vean.
Cuando llegaron sus hijos, la vieja
les empezó a decir lo que le había pasao con el pobre, y al ver que ellos no se
enfadaban, les dijo que le tenía allí recogido. Dijeron ellos que le querían
ver. Fueron a verle, y entonces el pobre les empezó a contar lo que le había
ocurrido. Y tanto les conmovió que dijeron que se arrepentían y que al día
siguiente irían a la iglesia más próxima a confesarse.
Y luego ya se fue a acostar el
ermitaño. Por la mañana, cuando se levantaron los bandidos, fueron a llamarle
para almorzar. Como vieron que no contestaba, pues fueron a mirar y le miraron
y estaba muerto. Y entonces vieron que la rama había echado unas hojitas
verdes, y comprendieron que era que Dios ya le había perdonao.
Sieteiglesias,
Valladolid.
Narrador
XC, 7 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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