28. Cuento popular castellano
Era una vez un asturiano que venía de
Asturias con un burro que tenía, que era ya muy viejo. Venía para Castilla a
vender avellanas. Y decía:
-Cuando este rocín se me muera, estoy
perdido. Nunca se me ha caído entavía. El día que se me caiga, le quito la
carga y le dejo para que le coman los llobus, porque es que ya no puede de
viejo.
Al llegar al puerto, en un monte, pues
se resbaló el burro y cayó. Y fue el asturiano, le quitó la carga y le dice:
-Ahí te dejo, pobre animalico, para
que te coman los llobus. Dejó allí el burro y cogiendo la carga a cuestas se
volvió al pueblo más cercano.
El burro andaba por el monte pastando
y se arrimó a una cueva de donde salió un león. Y como el león es el rey de la
selva, pues todos los animales le hacían la venia. Pero el burro le vio y se
quedó como si no hubiese visto a nadie. Y le dice al león:
-¿Qué animal eres tú, que no le haces
la venia a tu rey?
-Pues yo soy un animal que me llaman
el asno -contestó el burro.
-Nunca te he visto por estos parajes
-le dijo el león-. ¿Qué quieres, que así por las buenas te deje yo rey de la
selva? ¡No, no! Eso no puede ser. Si te quieres quedar de rey, tenemos que
hacer tres apuestas, y el que las gane, ése quedará por rey.
-Bueno... -dijo el burro-, pues no hay
inconveniente. Haremos las tres apuestas.
Y le dice el león:
-Pero antes, dime qué es eso que
tienes ahí tan empinao.
(Y era que el burro estaba muerto de
miedo delante del león, y se empinaban las orejas.)
-Pues, éstas... -contestó el burro-
son dos pistolas, que, cuando me enfado, si las disparo, mato todo lo que se me
pone por delante.
-Bueno... Pues, vamos a comenzar la
primera apuesta -dijo el león.
Había un río mu caudaloso al pie del
bosque, y la primera apuesta era ir a pescar. Fueron juntos al río. Fue el león
y se zambulló al agua y detrás se tiró el burro. El león, como sabía nadar,
pues pescaba bastante bien, sin peligro de ahogarse; pero el burro, como nunca
se las había visto más gordas, pues caer y quedar medio ahogao, todo fue uno.
No le quedaban empinadas más que las pistolas, de miedo. El león, que lo estaba
viendo, le dio tanta lástima que fue a sacarle y le sacó.
Después que le sacó, y el burro pasó
el primer susto, le dice al león:
-Oye, ¿pa qué me fuiste a sacar?
-Porque te veías perdido -contestó el
león.
-¿No veías cómo estaba por cima de mí
todo cubierto de truchas y peces? -le dice el burro-. Pues, iba a disparar las
pistolas; pero como fuistes tú, toda la pesca me espantastes.
-Bueno, bueno... -dice el león-. Pues,
entonces esta apuesta me la has ganao. Vamos ahora a la segunda apuesta, que
va a ser ir a caza.
Se fueron de caza, y el león marchó
por el bosque. Pero el burro se bajó al pie del río a un arenal y allí se tumbó
y se hizo el muerto. Los cuervos y pajaracos de mal agüero, pensando que el
burro estaba muerto, pues bajaban con intención de comerle. Pero el burro, de
que vió que había mucha abundancia de pájaros ya alrededor de él, y de que se
le metían hasta debajo del rabo, sacudió las patas y mató muchos, haciendo esta
operación varias veces. Hizo tres piñas de pájaros de los que había matao, y se
volvió muy tranquilamente a la cueva.
Después de mucho tiempo llegó el león,
y traía dos perdices, dos liebres y un raposo. Y venía loco de contento,
pensando de haberse ganao la apuesta. De que entró en la cueva y vio al burro,
le dijo:
-¿Qué? ¿Tú ya has venido?
-¡Oy, y el tiempo que hace que estoy
aquí! -contestó el burro.
-Y, ¿qué has cazao? -le dice el león.
El burro tenía las piñas de pájaros
colgados en un rincón de la cueva, y le contestó al león:
-¡Mira! Ahí tienes lo que yo he cazao.
El león se quedó pasmao al ver que
había cazao más que él, y le dice:
-Bueno, bueno... Me has ganao la
segunda apuesta también. Ahora vamos por la última, la tercera. Ésta va a ser a
ver quién da un golpe mayor en un canto raliego (redondo y grande) que hay en
la puerta de la cueva.
Fue el león primero y dio una zarpada
tremenda. Después fue al burro y, como estaba herrao, se levantó de ancas y,
con las patas de atrás, dio tan tremendo golpe en el canto que hizo salir
chispas de él. Y el león, de que vio aquello, cogió un miedo horroroso y le
dice:
-¡Por Dios, no dispares las pistolas!
¡Déjame marchar antes! Pero el burro en ese momento empinó las orejas y empezó
a roznar:
-¡O... o!... ¡O... o!... ¡O... o!...
El león, que nunca había visto esos
aspavientos, marchó como un rayo por el bosque adelante. Y a fuerza de correr
se encontró con un lobo. El lobo le hizo la venia al león; pero el león le
dice:
-Ya no me hagas la venia a mí, porque
hay otro rey en el bosque. Ya no soy yo rey.
-Y, ¿qué animal es ése que ha quedado
por rey? -le preguntó el lobo.
-Ése es un animal que le llaman el
asno -Contestó el león. Y le dice el lobo al león:
-¡Ah! Pero, ¿a ése le tienes miedo?
-Como miedo a él no le tengo -contestó
el león-. Pero trae dos pistolas, chico..., que siempre las tiene cargadas. Y
cuando las dispara, ¡allí le verás echar lumbres! En fin, ¡que yo no me pongo
delante de él aunque me maten, y no quiero ser ya más rey del bosque!
Y entonces le dice el lobo:
-No seas tonto... Ven, ven conmigo. Ya
verás como le amanso yo a ese rey.
-¡No, no! -le dice el león-. ¡Yo no
voy! Y si quieres que vaya, tienes que llevarme atao a una pata tuya, porque si
no, yo no pudiera llegar de miedo.
Fue el lobo y le ató a una pata de él.
Y fueron poco a poco a la cueva donde estaba el burro. El asno, que tiene tanto
miedo a los lobos, de que vio al lobo, empezó a empinar las orejas y a rebuznar
tan fuerte que el león marchó ciego de miedo, corriendo por el bosque, sin
darse cuenta de que iba atao a la pata del lobo. De manera que cuando llegó a
parar, no llevaba del lobo nada más que el cacho de pata que llevaba atao a él.
Y el asno quedó de rey del bosque, y se acabó el cuento.
Morgovejo,
Riaño, León. Narrador
LXV, 19 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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