68. Cuento popular castellano
Este era un pescador. Tenía siete
hijos. No tenía más que la pesca. Y volvía un día, y salían los hijos:
-Padre, ¿qué ha cogido ustez? ¿Trae
ustez algo?
-¡No, hijos!... Unas mermejillas que
no pesan más que un cuarterón...
Al otro día iba a pescar y le sucedía
lo mismo.
-Bueno..., ¡esto es terrible! No sé
cómo podré vivir.
Al otro día se marchó bastante más
allá que de costumbre. Le prepararon la comida -unos torreznos, su barril de
vino. Y ya, según estaba pescando, desesperado, dijo:
-¡No vuelvo a pescar más en mi vida!
De pronto va a tirar de la caña y,
como no podía con ella, dice:
-Pues, ¿ves? Tras de no sacar nada, se
me enreda todo, y voy a perder la caña.
Y ya va tirando, tirando, y por fin
pudo orillar un pescado muy grande. Y le dijo el pecezón:
-Pescador, pescadorcito, suéltame y
tendrás toda la pesca que tú quieras.
-¡Bien, hombre!... Conque una vez que
he cogido un poco de fortuna, ¿la voy a desperdiciar? No te suelto.
-Suéltame, y te daré lo que tú
quieras. Podrás venir con un carro a por peces.
-Bueno, te voy a soltar. Pero me vas a
dar todo lo que me has prometido.
Pues, le soltó el pescador, asustado
de ver un bicho tan grandón. Llegó a casa, se preparó, y le pregunta la mujer:
-¿Adónde vas?
-¡Mira!... Voy a por el burro y la
rede, que he cogido muchos peces.
Y la mujer se llenó de alegría. Y se
fue al pescador, trajo la rede y fue al sitio donde pescó el pez. Pues, se
asoma el pecezón y le dice:
-¡Echa la rede, echa!
Echó el pescador la rede y la sacó
llena. Vuelve a tirar otra vez, y saca más. Carga el burro de peces y se va a
casa tan contento el hombre. Salieron todos los hijos a recibirle como de costumbre:
-Padre, ¿trae ustez muchos?
-¡Sí, hijos! ¡Hoy traigo! ¡Bien podéis
llevarlos a vender!
Se acercan los chicos y ven que es
verdaz. Bailaban de alegría todos.
-¡Padre, por Dios! Pues, ¿qué ha hecho
ustez, padre? ¿Cómo ha sacado tantos peces?
-Pues, ¡hala, hijos! ¡Corriendo a
venderlos, que he encontrao una fortuna en el río!
Bueno, ya vendieron los peces. Y al
otro día fue y volvió con otros tantos. Claro, ya los vendieron lo mismo.
Hicieron mucho dinero, compraron una casita y compraron ropa. Y ya no les faltaba
nada. Y la mujer le dice:
-¿En qué consiste esto que te has
encontrao?
-Chica, no te lo digo, que sois unas
parlonas las mujeres. -Pues, me lo tienes que decir, o, si no, no te voy a
dejar en paz.
-Pues, no te lo digo -la dijo él.
Bueno, pues al otro día fue con un
carro -pues se compró un carro- para traer la pesca. Pues, la mujer estaba
embarazada, y todos los días le daba guerra para que la dijera en qué consistía
la fortuna ésa.
-Bueno, chica, ya que te empeñas, te
lo voy a decir. He sacao un pez muy grande, el rey de los peces, y me ha
prornetido, si lo soltaba, darme toda la pesca que yo quisiera. Y ahí está la
fortuna.
-Bueno, pues mira... Si le vuelves a
coger otra vez, no te vengas sin él. Porque esto es un capricho mío. Ya ves que
ya tenemos casa..., ya tenemos todo. Así que, ¿me vas a dar gusto, o no?
-Sí... Si le vuelvo a coger, te
prometo traerle.
Bien, a los dos días vuelve a ir a
pescar y le coge. Y entonces le empieza a decir:
-Suéltame, que no te engañé, que te
volveré a dar mucho más de lo que te di.
-Es verdaz que no me engañastes; pero
ahora se trata de un capricho de mi mujer, y no puedo soltarte.
-Bueno, pues bien... Ya que te
empeñas, te voy a decir una cosa -como me ties que matar, lo que ties que hacer
conmigo: la cabeza se la das a la perra, la cola a la yegua, el cuerpo para tu mujer,
y las tripas las entierras en el corral.
-Te podría vender y sacaría mucho
dinero de ti.
-No. Haz como te digo.
-Bien. Así se hará.
Pues, llegó a su casa con el pecezón,
y la mujer, loca de alegría, llamó a todo el pueblo. ¡Todo el mundo asombrao de
ver aquel pez tan grande!... Y dijo el marido a la mujer:
-Pero esto no se vende. Mira, te voy a
decir lo que me ha dicho que hagamos con él: la cabeza se la das a la perra,
la cola a la yegua, el cuerpo para ti, y las tripas se enterrarán en el corral.
Y así se hizo. A los tres meses
nacieron tres perritos rubios, tres yeguas también rubitas y tres niños. Y en
el corral, tres lanzas. Y los niños tan guapos y tan iguales.
Y llegaron a ser mocitos ya los tres
niños y dijeron:
-Mire ustez, padre... Nos marchamos.
¿Qué hacemos aquí los tres? Bueno, hijos, ya que os empeñáis. Os voy a dar un
recuerdo de vuestro padre. Tomaz cada uno una lanza, un perro y un caballo.
Y a todos les dio lo mismo. Y se
dispusión todos a salir. Al despedirse de su padre y darle la mano y todo, el
padre les dio a cada uno una botella de agua clara, y les dijo:
-Cuando se enturbie esta agua, es que
os pasa algo.
Tomaron cada uno su dirección. Después
de caminar mucho, mucho..., entra uno en un pueblo, y están todas las mujeres
llorando. Y les preguntó:
-¿Qué les pasa, mujeres? ¿Por qué
lloráis?
-Pues, mire ustez... Porque una
serpiente de siete cabezas se presenta todos los años... Sortean a una moza
-para entregársela. Y este año la ha tocao a la hija del rey, que es muy guapa.
Y no hay salvación para ella.
Y dice el hombre:
-¡Pues, yo la mato!
-¡Ay, Dios mío! ¡Pues, inmediatamente
decírselo al rey, que se casa con ustez la hija, y le da riquezas y todo lo que
ustez quiera!
Y decía otra:
-¡Ay, por Dios! Pero, ¿usted tiene
seguridaz, porque es una serpiente de siete cabezas?
-¡Sí, sí! ¡La tengo! ¡Me comprometo a
matarla! Pues, ¿dónde es el sitio?
-Venga ustez, que se lo enseñaremos.
Llegaron al sitio donde estaba la hija
del rey. Y al verla tan hermosa como era, tuvo más interés todavía. Y le dijo
la hija del rey:
-¿Dónde va ustez, joven? ¡Márchese de
aquí! -Vengo a salvarla, señorita.
-¡Márchese, que la serpiente le
devorará, que es una serpiente con siete cabezas!
Según estaba diciendo esto, a los
pocos momentos llegó la serpiente con unos rugidos terribles.
-¡Apártate, apártate! -le dice la
serpiente. ¡Que te devoro y hago lo mismo que con la hija del rey!
-¡Que te va a matar! ¡Márchate! -dice
la princesa y se desmaya.
Y dice él:
-¡Aquí mi perro, mi lanza y mi
caballo!
Y el perro empezó a mordiscos, y él,
en la yegua, se abalanzó sobre la serpiente. Él la dio con la lanza y la mató.
Entonces sacó un pañuelo del bolsillo y la cortó las siete lenguas y las
envolvió y las guardó. Y se marchó camino adelante.
Y comenzaron las mujeres a decir que
se había salvao la nija del rey. Y empezaron a tocar las campanas, y todo el
mundo comenzó a gritar de alegría. Y dijo el rey:
-Pero, ¿qué pasa?
-¡Su hija está salvada!
-Pues, ¿qué ha pasao? -dijo el rey.
-Pues, que vayan por sú hija, que un señorito
la ha salvao. Pues, fueron por ella. Y al llegar a palacio, dieron una fiesta
en honor de ella.
Pero pasó por allí un carbonero
-¿sabe?- y cortó las siete cabezas. Y se presentó en palacio:
-Señor, vengo a casarme con sú hija,
como prometió ustez. -Pues, ¿qué ha pasao?
-Pues, que he matao la serpiente de
las siete cabezas, y, para demostrárselo, aquí traigo las siete cabezas.
Y una vez que se repuso la hija, dijo
ella que era mentira, que aquel hombre no era el que la había salvao. Decía el
carbonero que era incierto, que sólo porque era carbonero, y feo, no querían
cumplir lo que habían dicho.
Bueno, pues decía una que sí, y otro
que no. Y ya, convencido el rey, dijo que la palabra de rey tenía que
cumplirse. Y ya iban a celebrar las bodas.
Pero, a todo esto, decidió el joven a
volver a ver a la princesa. Llama y dice que quiere hablar con sú majestad. Le
admiten, y dice:
-Vengo a ver qué tal está su hija que
la salvé.
-Pero, ¡hombre! -dice. Es que la ha
salvao un carbonero.
Y dice el joven:
-Pues, ¿cómo lo sabe usted? ¡Si la he
matao yo!
Y dice el rey:
-Pues, ya se va a casar con el
carbonero, porque ha traído las siete cabezas de la serpiente.
-Pues, ustez verá lo que falta en esas
siete cabezas.
-¡Hombre! ¡No falta nada! -Mire ustez si tienen lenguas.
-¡Hombre! ¡No falta nada! -Mire ustez si tienen lenguas.
Efectivamente, van a mirarlas, y
faltan las lenguas.
-Pues, mírelas ustez.
-Pues, mírelas ustez.
Saca el pañuelo y le presenta las
siete lenguas.
-Entonces, ¿quién ha sido quien la ha matao?
-Entonces, ¿quién ha sido quien la ha matao?
Y claro, dijo la hija del rey que
había sido él.
-Pues, entonces, ¡mandar prender a ese
hombre por embustero!
Y entonces la princesa se casó con el
otro, y celebraron las bodas con toda la alegría del mundo.
Una vez estaban en la galería del
palacio, y dice el joven:
-Oye, ¿qué es aquello que ves allí?
-El Castillo de Irás y No Volverás. Y
no te se ocurra nunca ir por allí, porque no vuelves.
-Pues, tengo que ir un día de caza.
-Pues, todo el que va queda allí.
-Pues, todo el que va queda allí.
Y él, por no disgustar a su mujer,
calló. Pero fue. Un día se le antojó marchar. Cogió sú yegua, sú perra y la
lanza y se marchó al Castillo de Irás y No Volverás. Subió con dirección a él
hasta que llegó allí. Y había allí un arbolado muy espeso y puertas grandes,
con argollas de hierro. Llama y no le responden. Vuelve a llamar otra vez más
fuerte, y aparece una vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues, mire usted: quería ver este
castillo.
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua?
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla.
-Pues, toma un pelo de mí cabeza para atarla. Y él se echó a reír.
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua?
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla.
-Pues, toma un pelo de mí cabeza para atarla. Y él se echó a reír.
-¡No! ¡No te rías! Tan pronto como le
cojas, se volverá una maroma.
Bueno... En efecto, así fue. La ató,
bajó, y fue a ver el castillo. Y allí quedó encantao. Quedó encantao como un
perro, pues todos quedaban como animales en aquel castillo. Se volvieron a
cerrar las puertas en la misma forma.
La princesa estaba llena de pena
porque suponía que había quedado en el castillo aquél. Pues, a todo esto, la
botella del otro hermano se puso muy turbia. Cada día que pasaba, más turbia
estaba la botella. El hermano decía:
-¿Qué le pasará a mí hermano, que cada
vez se pone más turbia mí botella? Algo le pasa a mí hermano. Hay que irle a
buscar.
Bueno, echó ándando, andando, hasta
que llegó al pueblo donde estaba casao sú hermano con la princesa. Y al llegar
en el pueblo, notó el hermano que decían:
-¡Viva el príncipe!
-Calla, pues ¿qué pasará? Pues, mi
hermano, ¿será rey, o qué será? ¿Por qué dicen ustedes eso?
-Pues, hace quince días que faltaba
ustez, y estaba tan intranquila la princesa.
Y dice entonces él:
-Bueno... Se trata de mí hermano.
Y fue al palacio. Y al entrar, bajaron
a recibirle todos. Y le dice la princesa:
-¿Por dónde has estao, hombre, que nos
has tenido intranquilos? Ya te dije que no irías al Castillo de Irás y No
Volverás. ¿No te lo decía?
Y él no decía nada. Y cenaron y se
acostaron.
Y a los pocos días vuelven a salir a
la misma galería, y la vuel
ve a hacer la misma pregunta que sú
hermano:
-¿Qué es aquel castillo?
-Oye, pues, ¿no te lo dije hace días?
¿No has estado en él, el Castillo de Irás y No Volverás? ¿Dónde has estado de
caza hace pocos días, que nos has tenido tan intranquilos?
Y él, claro, ya cayó en la cuenta.
-Pues, ¡date! Allí estará mi hermano,
pues la botella está cada vez más turbia.
Y cuando pudo, se marchó en dirección
al castillo. Y hizo lo mismo que el otro. Llegó allá, llamó a la puerta, salió
la misma vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues mire ustez, venía a ver el
castillo.
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua?
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con
qué atarla.
Y le dijo lo mismo que antes -lo del
pelo. Y le dio el pelo. Bajó y quedó encantado él como un lobo -pues todos
quedaban como animales en aquel castillo.
Y, con todo esto, la botella cada vez
más turbia... Y la mujer más intran-quila...
Y el otro hermano vio que sú botellaa
se ponía cada vez más turbia. Y salió en busca de sus hermanos. Llegó por fin
al pueblo donde estaba casao su hermano. Y le pasó lo mismo que a su hermano.
-¡Viva el príncipe!
Y así se dio cuenta.
-¿Qué pasará? ¿Que si mi hermana sería
rey? ¿Qué pasará aquí?
Hasta que preguntó como el otro.
-Pero, ¡hombre!... Ha faltao ya dos
temporadas, y estábamos muy intran-quilos.
-Pues ya estoy yo aquí. Y decía él:
-Pues ya veremos lo que pasa aquí. Y
se dirige al palacio. Y le dice la reina:
-¡Que no te vuelva a ocurrir esto!
Desde ahora en adelante me voy a ir contigo siempre. La primera vez me faltaste
ocho días, y ahora van quince. No quiero que pase otra vez.
Pues, ¡claro!, después de varios días,
salen a la galería, y vuelve a preguntar otra vez lo del castillo.
-Pero, ¡hombre! ¡Qué tonto eres! Has
estado dos veces y no te acuerdas de cómo se llama. Y no vuelvas a ir, que
hemos estado intranquilos todos en el pueblo.
Pues, como era más vivo que sus
hermanos, se dio cuenta en seguida. Y como sú botella se ponía cada vez más
turbia, pues al día siguiente se marchó, pues se daba cuenta, de lo que decían
todos, que sus hermanos tenían que estar en ese castillo. Y hizo como los
otros: cogió el perro, la yegua y la lanza, y llegó allá. Y llamó como los
otros. Abrieron la puerta, y aparece la vieja:
-¿Qué quería?
-Ver el castillo y sacar dos hermanos
que tengo aquí metidos. Y dice la vieja:
-Es mentira, hijo. Aquí no hay nadie.
Ate el caballo y baje ustez.
-No ato el caballo. Aquí paso con
caballo y todo. Se abalanza sobre ella y dice:
-¡Ahora mismo tienes que decir dónde
están mis hermanos, o si no, te mato!
Se abalanza sobre ella con el caballo,
el perro y la lanza.
-No me mates... Yo te diré de qué
forma están encantados.
-Pues dime de qué forma están
encantados.
-El uno está de perro y el otro de
lobo.
-Pues dime qué hay que hacer para
desencantarlos.
-Bien, hijo, no me mates, y yo te lo
diré. Allí abajo hay un león que te enseñaré, que tiene un ojo abierto. Con
esta flecha que tengo aquí, hay que darle en el ojo que tiene abierto.
El joven hizo como ella decía. Mató el
león, y se desencantaron sus hermanos y todos los personajes que había allí.
Volvieron al palacio, donde los recibieron con grandes alegrías. Se casaron
los dos hermanos, y colorín colorao, este cuento se ha acabao.
Peñafiel,
Valladolid. Narrador
LXXXIII, 28 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
No hay comentarios:
Publicar un comentario