207. Cuento popular castellano
Éstos eran tres endividuos que querían
muy mal a un vecino suyo. Y un día fueron y le mataron en un sitio solitario. Y
en las ansias de la muerte el vecino le dijo a un cardo corredor:
-¡Tú serás testigo de mi muerte!
Lo enterraron y volvieron para el
pueblo como si nada hubiera ocurrido. En el pueblo, cuando echaron de menos al
vecino, hicieron indagaciones para descubrir su paradero. Y cogieron por
sospecha a los tres endividuos. Y llevaban ya bastante tiempo en la cárcel. Mas
un día de aire fue el cardo corredor y se colocó a la puerta de uno de los
verdaderos criminales, y dijo la esposa:
-¡Vaya, un cardo que no se va de la
puerta!
Lo metió en la lumbre, y el cardo no
se quemó. Y después el cardo fue a la puerta de otro de los criminales. Y la
mujer también lo metió en la lumbre. Quemó toda la leña; pero el cardo no se
quemó. Y se fue a la puerta del otro criminal, y la mujer también le cogió y
le metió en la lumbre, y tampoco se quemó. Riñeron las tres mujeres de los
criminales, y decían que iban a ser declarados por el cardo corredor.
Y cogieron el cardo y lo llevaron al
horno de una vecina. Y tampoco se quemó.
-¡Tráelo a mi horno! ¡Verás como se
quema! -dijo otra vecina.
Y tampoco se quemó. Mas ya decían en
el pueblo -por el murmullo del vecindario- que iban a ser los criminales donde
el cardo se paraba. Y el cardo no se quitaba de las tres puertas de los
criminales. Y entonces dijon los vecinos que serían ellos los que mataron al
muerto. Les cogieron y les amarraron, y cantaron como loritos. Y les llevaron
a la cárcel y soltaron a los que tenían presos.
Fuentelapeña,
Zamora. 2
de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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