Había
una vez un turco, llamado Timur Agha, que buscaba por pueblos y
ciudades, por aldeas y por el campo a alguien que pudiera enseñarle
el lenguaje de animales y pájaros. Por dondequiera que fue hizo
estas investigaciones porque sabía que el gran Najmudin Kubra había
tenido ese poder y buscaba a un discípulo descendiente en línea
directa de él, para poder beneficiarse con esa extraña ciencia, la
ciencia de Salomón.
Finalmente,
como había cultivado la cualidad de la generosidad, salvó la vida
de un viejo y débil derviche, que estaba suspendido de un puente de
cuerdas en la montaña y que le dijo:
-Hijo
mío, yo soy el derviche Bahaudin y acabo de leer tus pensa-mientos;
de ahora en adelante comprenderás el lenguaje de los animales.
Timur
prometió no confiar el secreto nunca a nadie.
Timur
Agha volvió a su granja y pronto pudo hacer uso de su nuevo poder.
Un buey y un burro estaban hablando en su propio idioma. El buey
decía:
-Yo
tengo que arrastrar un arado y tú no haces más que ir al mercado
debes de ser más inteligente que yo. Dame un consejo para salir de
esta situación.
-Todo
cuanto debes hacer -dijo el astuto burro- es echarte en el suelo y
fingir que tienes un terrible dolor de estómago. Entonces el
granjero te cuidará, porque eres un animal valioso, te dejará
descansar y te dará mejor comida.
Pero,
naturalmente, el granjero había escuchado esto. Cuando el buey se
echó en el suelo, Timur dijo en voz alta:
-Tendré
que mandar a este buey al carnicero esta noche, a menos que se
encuentre mejor dentro de media hora.
Y,
claro, se encontró mejor, mucho mejor.
Esto
hizo reír a Timur, y su mujer -que tenía un carácter descontento-
insistió en que le dijera por qué se estaba riendo. Recordando su
promesa, se negó.
Al
día siguiente fueron al mercado; el granjero caminando, la mujer
montada sobre el burro y la cría del burro caminando detrás. El
burrito rebuznó y Timur se dio cuenta de que estaba diciendo a su
madre:
-No
puedo seguir caminando, déjame que monte.
La
madre contestó:
-Yo
llevo a la mujer del granjero y no somos más que animales, ésta es
nuestra suerte, no puedo hacer nada por ti, hijo mío.
Timur
enseguida hizo bajar a su mujer del burro para que éste pudiera
descansar. Se detuvieron debajo de un árbol. La mujer se puso
furiosa pero Timur dijo solamente:
-Creo
que es tiempo de que descansemos.
La
burra se dijo: «Este hombre conoce nuestro lenguaje. Debe de haberme
oído hablar con el buey y por eso lo amenazó con mandarlo al
carnicero. Pero a mí no me hizo nada y en realidad está pagando con
amabilidad nuestra intriga.»
Y
rebuznó:
-Gracias,
amo.
Timur
se reía con tento con su secreto, pero su mujer seguía furiosa.
-Creo
que conoces algo de la manera de hablar de estos animales.
-¿Quién
ha oído jamás de animales que hablan? -preguntó Timur.
Cuando
llegaron a casa, acostó al buey en el suelo sobre paja fresca que
había comprado y él le dijo:
-Tu
mujer te está acosando y de ese modo tu secreto pronto será
divulgado. Si sólo lo supieras, pobre hombre, podrías conseguir que
se comporte bien y tú estarías a salvo, solamente con amenazarla de
que le darás una paliza con un palo no más fuerte que tu meñique.
«Así
-pensó Timur- que este buey a quien amenacé con el matadero se
preocupa por mi bienestar.»
Por
lo tanto fue a ver a su mujer, agarró un pequeño palo y dijo:
-Te
vas a portar bien? ¿Vas a dejar de hacerme preguntas cada vez que me
ría?
Ella
se asustó mucho, porque él nunca le había hablado así. Nunca más
tuvo que decírselo, y así se salvó del horrible destino que espera
a los que confían un secreto a otros que no están preparados para
recibirlo.
*
* *
Timur
Agha, en su folklore, tiene fama de percibir algo significativo
en cosas que aparentemente no tienen importancia.
De
esta historia se dice que transmite baraka (bendiciones) al narrador
y a los que escuchan, y por eso es popular en los Balcanes. Muchos
cuentos sufíes están disfrazados de cuentos de hadas.
Esta
historia es atribuida (en su forma primitiva) a Abu-Ishak Chisti,
jeque de los Derviches Cantores en el siglo X.
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anonimo (asia) - 065
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