Mirad
qué piel tan suave tengo -decía a los demás juguetes el oso
Blas, que era muy presumido. ¡Mirad cómo brilla!
A
Blas le encantaba hablar de sí mismo.
-Soy
el juguete más listo del cuarto de juegos. Lo sabe todo el mundo
-solía decir.
Lo
que no sabía es que todos los demás juguetes se reían de él a sus
espaldas.
-Ese
oso se cree que es muy listo -gruñó el perro Scoty. Pero no es lo
bastante listo como para notar cuándo uno está harto de él.
-Algún
día recibirá una lección -dijo la mona Mili.
Y
exactamente eso fue lo que pasó. Un caluroso día de verano, estaban
todos los juguetes sin hacer nada en el sofocante cuarto de juegos.
-¡Ojalá
pudiéramos salir todos a dar un paseo! -dijo la muñeca de trapo.
-Podríamos
hacer una merienda en el bosque -dijo el oso viejo.
-Aún
mejor, podríamos ir a dar una vuelta en el coche de juguete -propuso
el conejo.
-Pero
es que ninguno de nosotros es lo bastante grande o listo como para
conducir el coche -dijo la muñeca de trapo, entristecida.
-¡Yo
sí! -dijo una voz que procedía del rincón. Era Blas, que había
estado escuchando la conversación. Yo sé conducir el coche de
juguete y conozco el mejor sitio para merendar en el bosque -añadió.
-Nunca
te hemos visto conducir el coche -dijo el conejo con desconfianza.
-Porque
lo conduzco por la noche, cuando estáis durmiendo. La verdad es que
soy muy buen conductor -respondió Blas.
-¡Pues
entonces, vamos allá! -exclamó tu muñeca de trapo.
Y
en cuestión de segundos habían empaquetado la merienda y estaban
sentados en el coche.
-No
me apetece conducir ahora. Hace mucho calor -murmuró Blas.
Pero
como a los otros no les interesaban sus excusas, Blas se sentó en el
asiento del conductor y puso el motor en marcha. En realidad, Blas no
había conducido un coche en su vida y estaba bastante asustado,
pero, como no quería que tos demás se dieran cuenta, hizo ver que
sabía lo que estaba haciendo. Una vez fuera, tomaron el sendero del
jardín. «¡Meeec, meeec!» Blas tocó la bocina y el coche giró
hacia la carretera rural. Al poco rato, iban circulando por ésta y
cantando alegremente.
Todo
fue bien hasta que la muñeca de trapo dijo:
-Oye,
Blas, ¿no deberíamos haber girado ahí para ir al bosque?
-Yo
ya sé por dónde voy. Déjame a mí -contestó Blas, enfadado. Y
aceleró.
-Frena
un poco, Blas, que me estoy arrugando -dijo el oso viejo, que estaba
empezando a inquietarse.
-Gracias,
pero no necesito consejos -replicó Blas. Y aceleró aún más.
A
todos los demás les empezó a entrar miedo, pero Blas se lo estaba
pasando en grande:
-¿A
que soy un conductor estupendo? ¡Mirad, sin manos! –exclamó.
Y
quitó las manos del volante justo cuando estaban llegando a una
curva muy cerrada. El cochecito se salió de la carretera y chocó
contra un árbol. Todos los juguetes salieron despedidos y acabaron
en la cuneta.
Todos
se sentían un poco aturdidos, pero por suerte nadie estaba herido.
No obstante, estaban todos enfadados con el presumido de Blas.
-Eres
un oso estúpido -le dijo el conejo, furioso. ¡Nos podríamos haber
hecho mucho daño!
-Ahora
tendremos que volver andando a casa -dijo la muñeca de trapo,
frotándose la cabeza. ¿Dónde estamos?
Todos
se quedaron mirando a Blas.
-A
mi no me preguntéis –dijo.
-¡Pero
tú nos dijiste que conocías el camino! -se indignó el oso viejo.
-Estaba
fingiendo -contestó Blas con voz temblorosa. La verdad es que no sé
conducir y tampoco sé dónde estamos ahora.
-Y
acto seguido se puso a llorar.
Los
demás juguetes estaban furiosos con Blas.
-¡Eres
un oso revoltoso y presumido! -lo reprendieron. ¡Ya ves en qué
problemas nos has metido con tu fanfarronería!
Los
juguetes estuvieron caminando, perdidos por el bosque, durante toda
la noche, abrazándose unos a otros para vencer el miedo que les
producían las sombras que aparecían alrededor de ellos. Era la
primera vez que pasaban la noche fuero de casa. Cuando ya estaba a
punto de amanecer, encontraron la casita donde vivían y, de
puntillas, volvieron a entrar en el cuarto de juegos. ¡Qué alivio
estar en casa de nuevo!
Por
suerte, su dueña no se había dado cuenta de su desaparición y no
se enteró nunca de la aventura que habían vivido los juguetes
mientras ella dormía. Eso sí, a menudo se preguntaba qué había
sido de su coche de juguete.
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anonimo cuento - 061
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