¡Di
salami! -le pidió el fotógrafo. Y así lo hizo el cocodrilo
Colmillos,
sonriente. Las luces del flash brillaron y las cámaras hicieron
«clic» ante su mejor sonrisa.
-¡Eres
un talento natural! -exclamó el jefe de la expedición, que viajaba
con un equipo de fotógrafos especializados en animales salvajes.
Colmillos
sonrió al reflejo en el río de su propia imagen.
-¡Oooh,
eres un tipo muy guapo! -se pavoneó, haciendo rechinar alegremente
su hermosa dentadura.
Colmillos
estaba orgullosísimo de sus afilados dientes y de su buen aspecto.
Subía y bajaba por la orilla del río para que todos lo viesen.
-¡Soy
una estrella! -dijo. Mi cara será famosa en todo el mundo.
-Gracias
por dejarte fotografiar -dijo el jefe de la expedición.
-Yo,
encantado. ¡Vengan cuando quieran! -respondió Colmillos.
-Y,
como recompensa, aquí está el camión de chocolate que nos pediste
-dijo el jefe.
-¡Qué
rico! -dijo Colmillos. Muy amable por su parte. Se lo agradezco
mucho.
Cuando
se fueron, Colmillos se tumbó a tomar el sol en la orilla del río,
fantaseando con la fama y la fortuna, y metiéndose una chocolatina
tras otra en su enorme boca abierta.
En
ese momento, pasó deslizándose una serpiente.
-¿Qué
esss esssto -siseó. Un cocodrilo comiendo chocolate. Essso esss algo
muy raro.
-En
absoluto -replicó Colmillos. A todos los cocodrilos les encanta el
chocolate, pero la mayoría de ellos no es lo suficientemente
inteligente como para conseguirlo.
-Puesss
sssi eresss tan lisssto, deberíasss sssaber que sssi comesss
demasssiado chocolate, ssse te caerán los dientesss -siseó la
serpiente.
-¡Qué
tontería! -dijo Colmillos, enfadado. Para tu información, yo tengo
unos dientes perfectos.
-¡Suerte
que tienes! -respondió la serpiente. Y se marchó reptando.
Colmillos
siguió masticando tan contento y así se fue comiendo el montón de
chocolate. Tomaba chocolate para desayunar, comer y cenar.
-¡Mmmhhh,
qué rico! -decía con placer, relamiéndose los labios con una gran
sonrisa chocolateada. ¡Esto es el paraíso!
-No
dirás lo mismo cuando estés tan gordo que ya no puedas flotar en el
río -dijo el papagayo, que lo estaba observando desde un árbol.
-¡Bobadas!
-se burló Colmillos. Tengo un tipo estupendo, ¡no hace falta que te
lo diga!
-Si
tú lo dices -contestó el papagayo. Y se internó en la selva.
Pasaron
los días y las semanas y Colmillos seguía tan feliz comiendo una
chocolatina tras otra, hasta que se le acabaron todas.
-Mi
próxima comida la tendré que volver a atrapar en el río -pensó
Colmillos con tristeza. ¡Cómo me gustaría tener más chocolate!
Pero
cuando Colmillos se metió en el río, en lugar de nadar suavemente
por la superficie como siempre, esta vez se hundió hasta el fondo y
el estómago se le quedó pegado al barro.
-¡Oh,
cielos!, iqué le pasa al río? -se dijo a sí mismo con asombro.
¿Por qué hoy me cuesta tanto flotar?
-Y
precisamente alguien que tiene un tipo tan estupendo como el tuyo
-dijo el papagayo con ironía mientras lo miraba desde un árbol.
Colmillos
no le respondió. Se volvió a sumergir en el agua dejando fuera sólo
sus ojos brillantes y miró al papagayo con muy mala cara.
Cuando
se despertó a la mañana siguiente, sintió un gran dolor en la
boca, como si algo le estirase y le retorciese los dientes.
-¡Ay,
qué dolor, cómo me duelen las muelas! -gritó.
-¿Cómo
esss posssible? -siseó la serpiente. ¡Con esssosss dientesss tan
perfectosss que tienesss!
-Y
se volvió a marchar reptando y riéndose para sus adentros.
Colmillos
ya sabía lo que tenía que hacer: se fue río abajo a visitar al
doctor Torno, el dentista. El camino se le hizo larguísimo, tardó
mucho y llegó jadeando y resoplando.
-¡Abre
bien la boca! -dijo el doctor Torno, que era un oso hormiguero,
mientras metía la nariz en la boca de Colmillos. ¡Oh, cielos! Esto
no tiene buen aspecto. ¿Qué has estado comiendo, Colmillos?
¡Enséñame dónde te duele!
-Aquí
-dijo Colmillos. Fue señalando, triste y avergonzado, el interior de
su boca, y aquí, y aquí, y aquí también...
-Bueno,
no hay nada que hacer -dijo el doctor Torno. Esta vez vamos a tener
que sacarte todos los dientes.
Así
que Colmillos se quedó sin un solo diente.
Al
poco tiempo fue a la selva otra expedición fotográfica.
-¡Di
salami! -le pidió el jefe de la expedición.
-iSALAMI!
-sonrió Colmillos, asomándose por detrás de un árbol.
Pero
esta vez, en lugar de los flashes de las cámaras, lo que oyó fueron
las carcajadas incontenibles de los fotógrafos.
-¿No
decías que Colmillos era un guapo cocodrilo de dientes perfectos?
-dijeron al jefe. Se tendría que llamar Mellas, en vez de Colmillos.
El
pobre Colmillos se escondió cabizbajo entre los arbustos y se puso a
llorar. Todo lo que le pasaba era culpa suya, por haber sido tan
glotón y haber comido tanto chocolate.
-Vamos,
vamos -le dijo el doctor Torno, acariciándole el brazo. Pronto lo
arreglaremos poniéndote unos dientes nuevos.
Y,
desde aquel día, Colmillos se prometió a sí mismo que no volvería
a comer chocolate.
0.999.1
anonimo cuento - 061
Ok
ResponderEliminar