Había
una vez un hombre muy rico llamado Angus que vivía en las cercanías
del pueblo de Londonderry, en la gran isla esmeralda de Irlanda.
Había criado cinco fuertes y maravillosos hijos, que con el paso del
tiempo fueron creciendo, y cada uno marchó para hacer fortuna en
diferentes lugares lejanos.
A
los pocos meses de la partida del último de los muchachos, su
esposa, la bella Kate, enfermó gravemente y no hubo nada ni nadie
que la pudiera salvar. Las altas fiebres se prolongaron por un lapso
de tres días, y cuando el sol se hundió en el horizonte del tercer
día, falleció.
Después
del velorio y del entierro apropiados Angus se quedó muy solo. Tenía
ya sesenta años y había sido tan feliz con sus hijos y su esposa
que ya no deseaba casarse nuevamente. La velocidad con la que los
días pasaban comenzó a aminorar, mientras que la tristeza embargaba
su corazón.
Un
día se despertó, se vistió con desgano y luego salió al umbral de
la puerta de su casa. Allí adelante se extendían sus tierras.
Algunos animales pastaban y la cosecha crecía lentamente.
-Tengo
que hacer algo -se dijo mientras miraba el horizonte.
Angus
siempre había tenido suficiente dinero para alimentar a toda su
familia, pero nunca había sido lo que se llama un "hombre
rico".
Fue
entonces cuando tomó la decisión:
-Haré
fortuna -se dijo.
Y
así, a los sesenta años, comenzó a trabajar tan fuerte y tan duro
como cuando tenía veinte. Se levantaba antes del amanecer y cuando
el sol ya se había ocultado él seguía trabajando hasta altas horas
de la noche.
Con
el paso de las estaciones las cosechas se multiplicaron y los pocos
animales que tenía parecieron contagiarse de su entusiasmo por el
trabajo y empezaron a parir muchas crías.
Al
terminar el año, tenía tanto dinero y tanto trabajo, que ya no le
quedaba tiempo ni para dormir.
Así
pues, decidió contratar a más hombres para que lo ayudaran en su
labor diaria, y se dedicó a criar una sola raza de animales, es
decir, a especializarse.
Y
eligió las ovejas.
Al
año siguiente las ovejas de Angus se habían multiplicado casi como
las estrellas que brillan en la noche y su fama comenzó a correr de
boca en boca.
Las
ovejas de Angus eran las más gordas, las que proporcionaban mejores
lanas y las que tenían más cantidad de crías.
Cuando
Angus cumplió los sesenta y tres años era un hombre adinerado. Su
casa estaba equipada con todas las mejoras que existían en ese
momento, y en ella se preparaban las mejores comidas, tanto para él
como para sus hombres.
Pero
llegó un día en que las cosas parecieron darse vuelta. No fue de
repente, pues el mal, la mayoría de las veces, se acerca en forma
sutil, solapada, como un susurro del viento, tratando de pasar
desapercibido hasta instalarse profundamente como las raíces del
roble.
Lo
primero que sucedió fue la desaparición de una oveja.
Nadie
le prestó la mayor importancia. No era algo habitual que sucediera
pero no era algo excepcional, y Angus se conformó diciéndose que
alguna vez tendría que sucederle.
Al
día siguiente sus hombres le comunicaron la desaparición de otra, y
Angus comenzó a mostrarse algo preocupado.
Pero
cuando al tercer día consecutivo le dijeron de la desaparición de
otra oveja más, la preocupación pasó a ocupar toda su atención.
Y
fue allí, en ese momento, en que la semilla de la duda y la
desconfianza comenzaron a germinar en la mente y en el alma del
hombre. Entonces mandó a todos los trabajadores a que revisaran la
zona, buscando alguna abertura en la cerca y verificando el terreno
en busca de algún pozo.
La
respuesta que él esperaba finalmente llegó a sus oídos: todo
estaba en orden.
La
cuarta noche Angus no pudo dormir. Algo le decía en su interior que
las cosas no andaban bien. Una sensación inexplicable le atenazaba
el alma.
Un
poco antes del amanecer Angus salió a revisar su rebaño, y luego de
contarlo tres veces se percató de que faltaba otra oveja. No había
rastros ni huellas. Parecía como si el animal se hubiera esfumado.
Mandó
a todos sus hombres a rastrear el terreno, buscando huellas o
indicios de algún animal o algún ladrón. Cuando terminaron la
búsqueda la respuesta fue rotundamente negativa.
Entonces,
muy malhumorado, se dirigió a lo del boticario del lugar para que le
prepara el veneno más potente que existiera. Regresó un poco antes
del ocaso. Tomó al azar una de las ovejas de su rebaño y la mató.
La colgó de las patas y puso un balde debajo para recoger toda la
sangre. Cuando el proceso hubo terminado, embadurnó su interior con
el veneno y luego la bañó con la sangre que se había derramado en
el cubo.
Si
se trataba de un animal, no podría evitar la tentación del olor y,
por otra parte, si el veneno emanaba algún aroma, el olor de la
sangre lo cubriría.
Esa
noche se fue a dormir un poco más tranquilo, esperando que su plan
diese resultado.
El
cansancio y los nervios se juntaron y Angus se quedó profunda-mente
dormido. A la mañana, unos golpes en la puerta lo desper-taron.
Cuando se levantó y abrió, vio a uno de sus hombres que permanecía
pálido y temeroso.
-¿Qué
sucede?
-Lo
siento mucho, señor, no sé cómo decírselo, pero hoy contamos el
rebaño, todos lo contamos varias veces... y falta otra oveja. -¿Y
el sebo?
-Aún
permanece en el lugar, sigue clavado en la cerca, nadie lo ha tocado
ni movido, salvo algunas moscas.
El
viejo Angus meditó por algunos instantes y finalmente dijo:
-Prepárense,
esta noche todos montarán guardia.
Y
así continuó el día, trabajando con las faenas acostumbradas hasta
la llegada la noche. Cada uno de los hombres se armó con cuchillos,
piedras, hondas y pistolones.
Angus
recorrió todo el perímetro saludando a cada uno de sus hombres e
instándolos a permanecer despiertos y matar a quien se aproximara a
la cerca.
Esa
noche no pudo dormir tranquilo, otra vez tenía esa sensación
extraña, algo le decía que había una presencia maligna merodeando
en el lugar.
Un
rato antes del amanecer no aguantó más y se vistió, se puso su
sombrero y salió al exterior. Comenzó a caminar por su tierra verde
y verificó que todos los hombres seguían en sus puestos. Sin
embargo, cuando llegó el momento de contar el rebaño descubrió lo
que tanto temía: faltaba otra oveja.
Entró
furioso a su casa, su piel blanca se había tornado roja como la
sangre y por primera vez le gritó a sus hombres para que se fueran a
dormir.
-Esta
noche yo haré la guardia.
Un
rato antes del ocaso Angus salió armado con su escopeta y se
sorprendió al encontrar a todos sus hombres en la puerta,
esperán-dolo.
-No
lo dejaremos solo, señor, lo ayudaremos a hacer guardia durante toda
la noche.
El
cielo estaba despejado, la luna brillaba plateada y ni una nube se
cruzaba en su luz. Angus caminó de un puesto a otro sin dejar de
mirar hacia el exterior.
Habían
pasado algunas horas desde la medianoche, aún el cielo oscuro estaba
plagado de estrellas y la luz del sol todavía no empezaba a asomarse
cuando, de pronto, Angus tuvo una extraña sensación, la misma que
había tenido la noche anterior: sentía una presencia, algo maligno
que caminaba por sus tierras.
Corrió
hacia el rebaño que permanecía en silencio. Contó las ovejas y,
nuevamente, descubrió que faltaba una.
Angus
abrió la boca, arrojó la cabeza hacia atrás y desató un terrible
grito de furia. Todos sus hombres corrieron asustados hacia él y al
ver el estado en que se encontraba se sintieron desorientados, no
sabían cómo actuar, si acercarse o no hablarle.
Angus
se dio cuenta del espectáculo que estaba haciendo y los mandó a
todos a dormir.
Sean,
uno de sus hombres de más confianza, se acercó lentamente,
temeroso, y le dijo como en un susurro:
-Discúlpeme,
señor, mi atrevimiento, pero quiero decirle algo que tal vez nos
pueda ayudar.
-¡Habla!
-Lo
que sucede en estas tierras no es algo normal, no creo que sea algo
de este mundo lo que se está llevando sus ovejas. Muchos de nosotros
creemos lo mismo. Por eso me atrevo a hacerle esta sugerencia.
-¿Y
qué es lo que sugieres?
-Existe
una mujer muy anciana, una mujer sabia, que tiene más de cien años
y que vive a un cuarto de día de camino de aquí. Ella ha ayudado a
mucha gente que ha tenido este tipo de problemas de causas
inexplicables.
Angus
miró al hombre con ojos brillantes:
-¿Crees
que algún duende me está robando el ganado?
-No
lo sé, señor, pero no hay huellas ni rastros y por más que pusimos
cebos y montamos guardia, las ovejas siguen desapareciendo. Tal vez
no pierda nada con verla y comentarle el problema.
Angus
asintió, le puso una mano en el hombro a modo de agradecimiento y
caminó hacia la caballeriza. Tomó su caballo, lo ciisilló y partió
al galope hacia la casa de la anciana sabia.
La
mujer vivía en una cabaña destartalada, parecía que en cualquier
momento se iba a derrumbar. Angus se bajó del caballo, lo ató a un
poste que antiguamente había pertenecido a una cerca, y cuando
caminó hacia la puerta para llamar ésta se abrió y apareció una
vieja que aparentaba mucho más de cien años.
-¿Eres
la mujer sabia? -preguntó Angus deteniéndose al instante.
La
vieja lo miró de arriba abajo y de abajo arriba y finalmente
respondió:
-¿Estás
preparado para la respuesta que voy a darte?
-¿Sabe
cuál es la pregunta?
-Pasa,
Angus, siéntate, yo te diré lo que tienes que hacer para matar al
que te roba las ovejas.
Angus
cerró la puerta y se volvió hacia la anciana, que le señaló una
vieja silla de madera. El hombre descansó en ella todo el peso de su
cuerpo y observó a la mujer envuelta en sus ropajes negros y
rotosos.
La
casa era pequeña y los pocos muebles consistían en mesas, arcones y
aparadores. No había ninguna superficie libre, todo estaba lleno de
frascos, plumas, figuras de barro y trenzas de soga.
El
desgreñado cabello blanco de la vieja le cubría parte del rostro;
sin embargo, sus ojos brillaban como dos luceros en la noche.
-Lo
que mata a tus ovejas no es un hombre -dijo con voz lenta y trémula.
-Dígame
cómo encontrarlo. ¿Cómo puede pasar la cerca? La vieja rió con
carcajadas cortas y secas.
-Porque
no viene a través de la cerca, viene a través del suelo.
-¿Del
suelo? ¿Cómo del suelo?
La
vieja inspiró profundamente y luego sopló todo el aire de pronto,
como si estuviera hastiada de la conversación.
-Hay
una zona de tu tierra, dentro del cerco, en la cual hay pasto. Si
observas bien, verás que ninguna oveja se acerca a ese lugar. Ni
siquiera defecan allí. Ésa es la puerta del devorador.
-¿Quién
es? -preguntó Angus levantándose de la silla y acercando su rostro
al de la anciana.
-La
pregunta no es quién... ¡No es un hombre! -gritó de pronto. ¡Es
un ogro! Es una criatura terrible que se alimenta de la carne cruda.
Angus
volvió a sentarse sorprendido, su mente no podía aceptar tal
respuesta.
La
vieja levantó un poco el rostro y algunos cabellos despejaron su
cara:
-Y
debes matarlo, porque cuando acabe con tu rebaño, comenzará a comer
personas.
La
desesperación de Angus llevó a su mente a aceptar el hecho y
entonces le preguntó:
-¿Cómo
lo mato?
-Sólo
hay una manera efectiva de matarlo: debes decapitarlo y quemar su
cadáver.
Angus
se puso de pie de pronto, le dejó algunas monedas sobre la mesa y se
volvió hacia la puerta.
-¡Que
los antiguos dioses te bendigan! -le dijo la vieja.
Angus
saludó con la cabeza y partió.
Llegó
a su casa y se encerró para pensar sobre lo que la vieja le había
dicho. Cuando la noche se instaló, salió a recorrer el terreno
armado con su escopeta y un hacha de mano. Algunos nubarrones negros
cortaban la pálida luz de la luna y de las estrellas.
Finalmente
encontró la zona del terreno que la vieja le había dicho. ¡Era
cierto! El pasto crecía libremente como si nadie lo hubiera pisado
nunca. Se alejó unos metros hasta llegar a una posición desde donde
pudiera ver todo el lugar, y se acostó boca abajo.
Las
horas pasaban y el frío del suelo le había endurecido el pecho. La
mente de Angus dudaba y cuando estaba a punto de levantarse sintió
un pequeño temblor. Se aferró a su arma de fuego y permaneció
expectante.
Allí
mismo frente a sus ojos sucedió algo que, si se lo hubieran contado,
nunca lo habría creído. Primero la tierra tembló, luego se hundió
como si abajo estuviera hueco y el pasto se sumergió. Y cuando un
gran agujero negro se hubo formado, emergió una criatura
horripilante pues su olor era nauseabundo y su abundante pelo negro
estaba sucio. Medía más de dos metros y sus manos terminaban en
garras, como las de un animal salvaje. Pero lo más extraño de todo
era que tenía dos cabezas.
Angus
primero se sorprendió, luego se asustó y finalmente se enojó. ¡Ésa
era la bestia que le estaba matando las ovejas! Preparó la escopeta
y disparó a la repugnante espalda de aquélla.
La
bala no la mató. Todo lo contrario: pareció enfurecerla. La
criatura se dio la vuelta y clavó sus terribles ojos rojos en Angus.
Abrió sus dos bocas plagadas dee agudos colmillos y emitió un grito
desgarrador.
Angus
se puso de pie, dejó caer la escopeta -pues sabía que no tenía
tiempo de recargarla- y se aprestó con su pequeña hacha.
El
ogro se lanzó sobre el hombre y éste sobre la criatura bicéfala.
Angus dio un golpe de hacha y seccionó una de las dos cabezas.
El
ogro aulló con la cabeza que le quedaba y, con un golpe de garra,
hirió gravemente a Angus en una pierna, haciéndolo caer. Pero desde
el suelo, haciendo caso omiso del profundo dolor que sentía, volvió
a blandir el hacha y le cercenó uno de los pies a la criatura, que
perdió el equilibrio y cayó pesadamente.
La
sangre que manaba de las heridas del ogro era negruzca y repugnante.
Éste vio que su fin estaba próximo, de modo que comenzó a
arrastrarse hacia el agujero mágico por el que había salido.
Angus
sabía que si lo dejaba escapar, algún día regresaría a cobrar
venganza; por lo tanto, arrastrándose e ignorando el terrible dolor
que sentía en la pierna desgarrada, hundió los dedos en la tierra
humedecida por el rocío nocturno y comenzó a perseguir a al ogro,
que ya se estaba metiendo en el agujero.
El
extraño ser se volvió y vio que Angus lo estaba persiguiendo. El
agujero comenzó a llenarse. Angus tomó más impulso y metiéndose
de cabeza arrojó un golpe de hacha y seccionó la segunda cabeza del
ogro justo cuando el agujero se cerraba.
Algunos
peones, aquellos de más confianza, habían escuchado el ruido de los
disparos y los extraños gritos; corrieron hacia el lugar y grande
fue la sorpresa cuando vieron que las piernas del viejo Angus
sobresalían de la tierra como si alguien lo hubiera enterrado cabeza
abajo.
Pronto
se agacharon y comenzaron a cavar alrededor, hasta que por fin lo
pudieron sacar. El pobre hombre había perdido mucha sangre y estaba
casi asfixiado. Cuando lo sacaron tenía la piel del rostro de color
azul y estaba inconsciente.
Dos
días más tarde despertó, presa de una fiebre muy alta.
Inmediata-mente contó lo que había sucedido; pero nadie le creía,
ya que se lo atribuían a su estado febril.
-Quédese
tranquilo, señor, pronto se repondrá. Se hizo una herida muy fea en
la pierna y se infectó. Esperemos que mañana mejore -le dijo su
peón de mayor confianza.
De
pronto, este peón recordó a la vieja que le había recomendado a su
patrón. Tomó un caballo y fue a toda la velocidad que pudo hasta la
casa de ella. Allí, le contó lo que sucedía. De inmediato, la
vieja le dio un preparado para que él mismo le frotase en la herida.
El hombre regresó lo más rápido posible, le aplicó el ungüento y
pronto Angus se recuperó.
Y
nunca más alguien se atrevió a robarle.
Cuentos
de ogros
0.124.1
anonimo (irlanda) - 078
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