Cuenta
esta historia proveniente de España, específicamente de la zona de
Andalucía, que por la región vivía una joven llamada Cristina.
Dicen que su aspecto era el de una mujer alta y un poco excedida de
peso que siempre tenía en los labios una sonrisa. Era muy amable con
todos y también muy trabajadora. Cuando llegaba la tarde y tenía
algún momento libre, lo aprovechaba para sentarse bajo las ramas de
un gran árbol que estaba en el extenso fondo de su casa, y allí
leía la Sagrada Biblia.
Pero
sucedió que una tarde de primavera, Cristina terminó con sus
quehaceres cotidianos y, mientras el resto de la familia se disponía
a dormir una corta siesta, ella se fue a sentar bajo las frondosas
ramas de aquel árbol que la cobijaba mientras leía distintos
pasajes de la Biblia y deleitaba su espíritu.
Sin
embargo, cuando todos se levantaron de dormir, no encontraron a
Cristina por ningún lado. Una de las hermanas recordó su afición
por leer la Biblia bajo el árbol, pero cuando lle,garon hasta allí
sólo encontraron el santo libro de tapas negras en el suelo.
La
desesperación los volvió locos. ¿Dónde estaba Cristina?
Rápidamente la gente del pueblo se reunió y formaron cuadrillas de
búsqueda para encontrarla. Y el sacerdote de la iglesia congregó a
todos los fieles para hacer una misa en su nombre y para orar por su
pronto regreso.
Lo
que había sucedido era lo siguiente: Cristina se hallaba leyendo la
Biblia muy concentrada, y por eso no escuchó los pasos de una
gigantesca figura que se aproximaba. Era negra como el carbón y
enorme como dos hombres juntos. De su boca sobresalían agudos
colmillos y sus ojos brillaban con el color rojo del infierno.
La
monstruosa criatura extendió una mano peluda y atrapó a Cristina
por la boca, impidiéndole gritar. Tanto por la sorpresa como por el
apretón en su boca, Cristina se desmayó. El ogro la arrastró hasta
ponérsela sobre los hombros y se lanzó a correr con toda la
velocidad que le proporcionaban sus poderosas piernas.
El
ogro, que apestaba con un olor nauseabundo, corrió durante un buen
trecho hasta que llegó a una zona boscosa. Allí Cristina, cabeza
abajo, recuperó la conciencia. Pero sabía que si gritaba o
intentaba pelear no lograría nada, sino que, por el contrario,
enfurecería a la maléfica criatura todavía más.
El
ogro se detuvo ante una gigantesca piedra, mucho más grande que él,
y se puso a girar a su alrededor. Siete vueltas dio en el sentido de
las agujas del reloj. Y cuando se detuvo frente a la roca, ésta
tembló.
A
pesar de que Cristina veía todo esto cabeza abajo, no podía creer
lo que sus ojos le mostraban.
En
la roca gigantesca, de color tan oscuro como el ogro, se hizo una
fisura por la que se coló una ráfaga de luz. Luego se produjo otra
y otra más.
Pronto
se formó una puerta que se abrió para dejarle paso al ogro, que se
internó en aquella caverna secreta portando sobre sus hombros a la
pobre Cristina, que se moría del miedo.
El
interior de la caverna era luminiscente, como si una extraña pintura
reflejara cierta luminosidad. El ogro avanzó rápidamente por los
corredores, que comenzaron a extenderse y multiplicarse como un
laberinto.
Pronto
comenzó a descender las escaleras, mientras Cristina oraba a Dios
para que la guardara y salvara de todo mal y peligro.
Finalmente
el ogro se detuvo y con un rápido movimiento la arrojó al suelo.
Cristina estaba mareada y agotada, dolorida por el viaje y los
golpes. Sin embargo, pudo distinguir que a su lado flameaban las
llamas de un fuego y a su alrededor se encontraban varios elementos
de cocina: cacerolas gigantescas, ollas enormes, cucharones
impresionantes...
De
pronto escuchó un gemido de dolor. Cristina enfocó la vista y vio
que del otro lado del fuego se encontraba otra criatura tan fea y
negra como el ogro que la había secuestrado. Sin embargo, sufría.
Cristina
quiso hacer el intento de acercársele pero el ogro la empujó con un
terrible golpe que la envió contra la pared.
-¡No
la toques! -dijo el ogro con la furia que se escapaba de sus
colmillos.
-No
quería hacerle daño. Sólo ayudarla.
-Ya
la vas a ayudar: cuando te coma se recuperará.
Cristina
no se sorprendió, pues sabía por varias historias que los ogros se
comían a la gente y supuso que ésa era la causa de su rapto.
Continuó hablando con el mismo tono tranquilo:
-¿Qué
le ha pasado?
-Tuvo
un mal parto y ha perdido mucha sangre.
Cristina
pudo ver por entre las llamas los ojos de sufrimiento de la ogresa
moribunda.
-¿Por
qué me has traído?
El
ogro la miró con despecho y respondió:
-Porque
la mejor comida para un ogro es la carne humana.
-Yo
puedo ayudar a tu mujer, así no tendrá la necesidad de comerme.
-¿Y
cómo la ayudarás tú? -le dijo el ogro con desprecio.
-Oraré
por ella a Nuestro Señor Jesucristo.
-¿Qué?
-preguntó el ogro sin comprender lo que ella decía.
-Le
pediré a Jesucristo Nuestro Señor que la sane y Él la sanará.
El
ogro se levantó tan alto como era y respiró con brutalidad por sus
fosas nasales, que se dilataban en cada inspiración:
-Está
bien. Pero no te acercarás a ella, porque si lo haces, yo mismo te
comeré. Puedes rezar todo lo que desees: si mañana a la mañana no
ha mejorado, te partiré en pedazos y le daré tu cuerpo a mi esposa
para que te devore.
La
muchacha se arrodilló en el húmedo suelo de aquella caverna oscura
y pútrida y comenzó a orar con la firme convicción de su fe. Sin
embargo, a pesar del terrible terror que sentía, no rezó para que
la ogresa sanara y así ella salvarse, sino que rezó por verdadera
misericordia. Oró con todas sus fuerzas para que aquella criatura de
Dios aceptara a Jesús en su corazón y fuera sana y salva.
Tanto
rezó que se quedó dormida. A la mañana se despertó con las
piernas entumecidas y el cuello dolorido por la posición que había
adoptado.
A
su lado estaba la ogresa, que con una mano se sujetaba el vientre y
con la otra le ofrecía un cuenco de agua.
Cristina
aceptó el agua y bebió algunos sorbos para aplacar su terrible sed,
mientras la ogresa la observaba agradecida.
-Gracias
Dios, Jesús y Espíritu Santo por haber ayudado y respondido a mis
plegarias -dijo Cristina, mirando a la ogresa.
Ésta
comenzó a balbucear las palabras para repetirlas, pues era la
primera vez que escuchaba tales nombres.
Pero,
de pronto, el ogro apareció con sus ojos brillantes, pues relucían
mucho más que antes y parecía furioso. Todos sus músculos estaban
tensos y el pelaje que cubría su cuerpo parecía erizado.
Se
detuvo bruscamente junto a Cristina y ella bajó la cabeza.
-Cumpliré
mi palabra.
Y
el ogro la envolvió con sus brazos poderosos y la cargó sobre su
cuerpo. El olor de la criatura era tan terrible e intenso que
Cristina perdió la conciencia.
Cuando
despertó se hallaba contra el tronco del árbol en el que siempre
leía la Biblia. Corrió a casa para decirles a todos que ya estaba
bien, pero no se animó a contar la historia de inmediato, pues sabía
que no le creerían.
Los
días pasaban y nunca la dejaban sola, ni a sol ni a sombra. Pero un
día en que se hacía una gran fiesta, Cristina aprovechó la
distracción de todos, se dirigió rápidamente a su cuarto, tomó la
Biblia y corrió hacia el bosque.
Y
una vez allí se internó por entre los árboles más antiguos y
altos, hasta que llegó a un claro en el que había una gigantesca
piedra, negra como la noche sin luna.
Depositó
la Santa Biblia a los pies de la roca y retrocedió unos pasos.
La
gran roca tembló y las fisuras luminosas comenzaron a formarse en su
superficie. Finalmente una puerta se abrió y apareció la ogresa,
que llevaba a uno de sus bebés en brazos, el cual succionaba de uno
de sus enormes pechos. La criatura tomó la Biblia con respeto y
saludó con la cabeza a la muchacha.
Cristina
sonrió y la puerta de la roca se cerró. Entonces regresó corriendo
a su casa antes de que alguien notara su desaparición y se
preocupara. Pero su corazón estaba feliz pues había llevado la
Palabra Sagrada hasta la morada de una pareja de ogros.
Cuentos
de ogros
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anonimo (españa) - 078
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