Había
una vez una familia que vivía en Italia, cerca de la región de
Trentino, que tenía una vaca que proporcionaba el triple de leche
que las demás, era gorda y buena, y un día tuvo un ternerito.
Toda
la familia cuidaba de la vaca como si fuera un integrante más y se
pusieron muy contentos cuando dio a luz a su cría. La madre, el
padre y los dos niños corrían de un lado para otro para asistir a
la vaca y a su hijo.
Pero
cometieron un error, pues en cuanto nació el ternerito todos se
apiñaron para observarlo y limpiarlo y dejaron a la pobre vaca sola.
En
un momento determinado, ante el regocijo de toda la familia, la más
pequeña de los dos hermanos preguntó:
-¿Quién
está cuidando a la vaca?
Se
miraron unos a otros y el padre salió corriendo inmediata-mente.
Cuando dio la vuelta y llegó donde solía estar la vaca, no encontró
nada.
La
desesperación los embargó y en un santiamén la felicidad se trocó
en tristeza. ¿Y ahora qué iban a hacer?
El
padre, la madre, el hijo y la hija menor se pusieron a llorar y a
quejarse de su desgracia. El primogénito, que no tenía más de diez
años, al ver el sufrimiento en los rostros de sus seres queridos,
dijo:
-Yo
iré a buscar la vaca.
Pero
nadie lo escuchó salvo su hermanita.
-Yo
te acompañaré.
-No,
eres muy pequeña y alguien debe cuidar del ternerito. Regresaré con
nuestra querida vaca.
El
muchachito fue a la casa, se abrigó, tomó un cuchillo, se ató bien
los cordones de sus zapatos, tomó un cayado de madera y partió en
busca de la vaca.
Luego
de todo un día de caminar se sentó a descansar y gritó:
-¿Dónde
estás, querida vaca?
Y
como si fuera un susurro del viento, escuchó un mugido lejano:
-Muuuuuuuuuuu.
El
niño se levantó con renovadas fuerzas y caminó en dírección al
mugido que había escuchado.
Toda
la noche estuvo caminando el pequeño, sorteando toda clase de
obstáculos, hasta que al borde de sus fuerzas se sentó sohrc una
roca a descansar y volvió a gritar:
-¿Dónde
estás, querida vaca?
-Muuuuuuuuuuu.
Sin
embargo, esta vez el mugido parecía más cercano.
El
niño sintió que le volvían las fuerzas y volvió a caminar durante
todo el día y la noche, hasta que al amanecer del día siguiente se
sentó sobre el tronco de un árbol para recuperar el aliento y
volvió a preguntar con toda la fuerza de sus pulmones:
-¿Dónde
estás, querida vaca?
Y
escuchó el mugido nuevamente:
-Muuuuuuuuuuu.
Pero
esta vez el sonido provenía de un lugar muy cercano. Miró hacia un
lado y hacia el otro y vio un montón de piedras gigantescas que,
sopesando el paisaje donde se encontraba, no debería estar allí.
Con
renovadas fuerzas el niño comenzó a sacar las una por una hasta que
encontró la entrada de una cueva. Parecía profunda y oscura,
rezumaba humedad.
El
niño se tapó la nariz para evitar el olor fétido que de allí
emanaba, y luego de mucho andar encontró a su querida vaca, que
permanecía atada a una estalagmita.
El
muchachito abrazó a la vaca, que le dio lengüetazos de
agradecimiento. Luego desenfundó el cuchillo y lo usó para cortar
la soga que la sujetaba, y tomando un extremo la dirigió hacia la
salida.
Una
vez fuera el chico volvió a colocar las piedras nuevamente en su
lugar para tapar la entrada. Y él y la vaca comenzaron a caminar.
Al
poco rato el niño cayó al suelo rendido. La vaca comenzó a
empujarlo con su hocico. Y él le dijo con un hilo de voz:
-Ya
no puedo más, vaquita, tres días y tres noches estuve buscándote
sin dormir ni descansar.
Entonces,
ante la sorpresa del muchachito, la vaca habló:
-Toma
un poco de mi leche y eso te renovará las fuerzas.
El
chico se arrastró bajo la vaca y cuando estuvo debajo de sus ubres
apretó las mamas y lanzó gruesos chorros de leche a su boca.
De
inmediato sintió que las fuerzas le volvían. Se puso de pie y los
dos recomenzaron su andar. Pero a los pocos pasos escucharon un
estrépito de rocas al caer.
Con
la vista agudizada por el precioso alimento que acababa de ingerir,
el muchachito vio que la entrada de la cueva estaba abierta y que dos
ogros inmensos y terribles aparecían por ella.
-¿Qué
sucede? -preguntó la vaca.
-Veo
dos monstruos terribles, son gigantescos y tienen la piel gruesa y
negra. Sus bocas grandes están llenas de colmillos y los ojos le
brillan como si fueran dos brasas encendidas.
-Debemos
correr -dijo la vaca,
pues lo que ves es la pareja de ogros que me secuestró, y nos van a
perseguir.
La
vaca y el niño comenzaron a correr con todas sus fuerzas, pero a
pesar de todo su esfuerzo no eran tan rápidos como los dos ogros que
los perseguían y que cada vez estaban más cerca.
-¿Por
qué son tan rápidos? -exclamó el muchachito con rabia.
-No
te olvides que ellos también han tomado de mi leche respondió la
vaca.
Siguieron
corriendo durante un tiempo más y el niño volvió a hablar:
Nos
están alcanzando.
La
vaca, entonces, se detuvo.
-¡Vamos!
-la apuró el niño.
No
ganaremos nada si seguimos corriendo, pues nos van a al rapar a los
dos. Debemos detenerlos.
-¿Y
cómo lo vamos a hacer?
-Vierte
una sola gota de leche de cada ubre sobre la tierra, ni una más ni
una menos.
El
niño se agachó junto a la vaca y, aunque la tarea fue difícil y
casi estuvo por echar más de una, logró hacerlo.
¡Vamos!
-dijo la vaca mientras seguía camino adelante.
El
muchachito
la siguió pero, al mirar atrás, vio que allí donde había dejado
caer las gotas de leche se formaba un río gigantesco que atravesaba
todo el camino.
La
pareja de ogros se detuvo al borde del río; el macho intento
cruzarlo pero la corriente era tan fuerte que si no hubiera sido por
su esposa lo hubiese arrastrado.
¿Cómo
cruzaremos el río? -le preguntó el ogro a su mujer. Bébetelo
todo -le dijo la ogresa, que era casi tan grande como él y su mirada
era aún más fiera.
[1
ogro se agachó poniendo las palmas contra el suelo de la urillii,
acercó su gigantesca boca y comenzó a beber el río.
La
vaca y el niño seguían corriendo durante el segundo día, cuando
divisaron que la pareja de ogros se aproximaba nuevamente.
-¡Otra
vez los ogros se están acercando! -exclamó el murchachito.
La
vaca se detuvo repentinamente y luego dijo:
-Ahora
ordeña sólo dos gotas de cada ubre sobre el suelo, ni una más ni
una menos.
El
niño así lo hizo, pero cuando ordeñaba la segunda gota de la
última ubre, notó que una tercera se estaba formando en la punta.
Rápidamente la recogió con el dedo y se la metió en la boca.
-Muy
astuto -lo apremió la vaca, ¡ahora corre!
Y
ambos comenzaron nuevamente a correr.
Una
inmensa pared de fuego se formó de pronto, allí donde habían caído
las gotas de leche.
La
pareja de ogros se detuvo frente a la gigantesca pared de fuego, el
macho se arrojó contra las llamas en un intento por atravesarlas,
pero sin poder aguantar el calor volvió a salir con toda la piel
chamuscada.
-No
se puede atravesar -dijo el ogro.
-La
magia se combate con magia. Usa el agua que bebiste. Y el ogro se
tomó el miembro y orinó toda el agua que había bebido hasta apagar
la pared de fuego.
Era
el tercer día que la vaca y el chico corrían rumbo al hogar, que ya
estaba muy cerca. Sin embargo, algo hizo que el muchachito volteara
la vista y los vio.
-¡Los
ogros nos están alcanzando!
La
vaca se detuvo y dijo:
-Ahora
deberás ordeñar sólo tres gotas de cada ubre sobre el suelo, ni
una más ni una menos.
El
muchachito se agachó junto a la vaca y así lo hizo.
-¡Ahora
corre! -dijo la vaca.
Y
entonces el chico pudo ver cómo surgía una enorme montaiia que se
erguía hasta los cielos y cuya cima se perdía en las nubes.
La
pareja de ogros no se detuvo y comenzaron a escalarla usando las
garras de sus manos y de sus pies. Subieron y subieron y cuando
llegaron a la cima la vaca y el niño entraron corriendo en su casa.
En
ese momento la montaña desapareció y los dos ogros caycron con
tanta fuerza que hicieron un gran cráter en el suelo y no pararon
hasta llegar al infierno.
Y
ése fue el final de aquella maligna pareja de ogros.
Por
su lado la familia festejó el regreso de su hijo y de su preciada
vaca, y nunca más dejaron solo ni a uno ni al otro.
Cuentos
de ogros
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