Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 11 de enero de 2015

El pedido de la vieja

Había una vez una mujer muy anciana y pobre que vivía en la miseria. La cabaña que tenía por hogar, que había construido su marido muchísimo tiempo atrás, estaba llena de agujeros por donde se colaba el viento frío y la lluvia. Los vidrios de las ventanas estaban rotos y algunas de ellas tenían los goznes partidos.
El terreno donde se asentaba la cabaña no estaba mucho mejor, era un árido lugar en el que no crecían ni los yuyos silvestres.
La vieja no tenía nada que comer, era flaca como un palo y había perdido casi todos sus dientes. Vestía con harapos y estaba tan enferma que no podía dar más allá de tres pasos sin caer.
No tenía hijos y su marido, que había muerto muchos años atrás, la había dejado en la más completa soledad. Por lo que la vieja hablaba sola y se quejaba continuamente de la vida que le había tocado. No había día ni noche en que la vieja no se quejara de sus desgracias. Pero eso no era todo. También maldecía. Injuriaba a las personas que recordaba en su mente enferma, maldecía a su marido por la situación en que la había dejado, maldecía el techo que permitía dejar pasar la lluvia y hasta maldecía a los cielos por dejar que llueva.
Un día de otoño la vieja oyó que alguien se acercaba -pues, a pesar de tener una mala salud y poca vista, todavía conservaba un excelente oído. El extraño se acercó a la puerta y golpeó.
-¿Quién es? -preguntó la vieja con su voz cascada.
-Soy el padre Benjamín.
-¿El padre de quién?
-Soy el párroco de la iglesia.
-Pase -dijo la vieja, la puerta está abierta.
Y por ella entró un hombre de estatura mediana, regordete, de piel muy blanca y cachetes sonrojados. Vestía de negro desde la cabeza hasta los pies. Cuando entró hizo un saludo con la cabeza al mismo tiempo que se sacaba el sombrero.
-Buenos días, señora, pasaba por el lugar y pensé que, tal vez, necesitara escuchar la palabra de Dios.
-No, gracias, señor cura, lo que necesito es comida y salud -dijo la vieja sentada en un tocón de madera que usaba como banquillo.
-Tengo algo de comida encima que le puedo dejar -dijo el sacerdote, colocando algunas vituallas sobre un tablón que servía como mesa.
-Le agradezco.
-No se olvide que Dios cumple todos sus deseos.
-¿Ah, sí? -dijo la vieja con ironía.
El cura no se dejó seducir por la pelea que le estaba buscando la vieja y continuó hablando:
-Así es, récele a Dios y Él la proveerá con lo que necesite. Dios cumple su palabra y atiende las súplicas de la gente. Pero dehe pedir bien, siempre en su nombre, porque cualquier otra oración que haga sin mencionar directamente a Dios puede ser reshondida por el Diablo.
La vieja, que no creía en nada, asintió varias veces mientras esperaba que el cura se fuera para poder comer lo que le había traído.
El cura notó que la vieja no le estaba prestando la debida atención, pero su labor ya estaba hecha y aún lo aguardaban muchas otras tareas para hacer. Se puso su sombrero negro y la saludo:
-Que Dios la bendiga.
Y se fue.
Muchos días pasaron y el hambre se volvió tan insoportable que, finalmente, una noche ventosa y fría, mientras permanecía envuelta entre las roídas mantas de su desvencijada cama, la vieja rezó:
-¡Por favor! ¡Que ya no pase más hambre!
Al decir esas palabras sintió un cierto alivio y se durmió profunda-mente.
A la mañana siguiente unos ruidos la despertaron. Se quedó muy quieta y con los ojos abiertos, escuchando los pasos que se acercaban a su destartalada casa. Los ruidos se detuvieron delante de la puerta y unos instantes después alguien golpeó.
La vieja no sabía si responder o no. ¿Qué haría si alguien quisiera asaltarla? No tenía fuerzas para defenderse. Luego se rió de sí misma: ¿quién querría asaltar a una pobre vieja que no tenía ni siquiera comida?
Los golpes volvieron a repetirse.
Fue entonces cuando una idea cruzó su mente: ¿Sería Dios? ¿Dios habría escuchado su ruego y le habría enviado a alguien para socorrerla?
Los golpes en la puerta se repitieron por tercera vez.
-¿Quién es? -preguntó mientras se ponía de pie dificultosamente ayudándose de una rama que hacía de bastón.
-¡Ahhh! -dijo una voz grave y masculina desde el exterior, ya estaba pensando que no había nadie...
-Adelante -dijo la vieja caminando con dificultad hasta el tocón de madera que hacía de banco.
La puerta se abrió con un chirrido y apareció un hombre gigantesco y corpulento. Estaba vestido con una enorme piel gris y poseía una abundante barba negra, así como largo pelo del mismo color. Sus ojos brillaban vivaces.
-Muy buenos días tenga, señora.
-Pase, hombre, y cierre la puerta que hace frío.
El hombre así lo hizo y volvió a hablar con su voz grave:
-Soy nuevo en el lugar y salí a recorrer los alrededores para conocer a mis vecinos.
-Pues le agradezco la visita, buen hombre
El hombre miró todo a su alrededor; la cabaña tenía tantos agujeros que los rayos del sol se colaban en el interior, por lo que no pudo más que exclamar:
-¡Qué lugar tan miserable éste donde vive, señora!
-Y no es para menos, además de las goteras y de la tierra estéril en la que no crece nada, paso hambre y frío.
-¿Por qué no viene conmigo a mi casa? Prepararé una rica comida...
-Ésa es una oferta que no puedo rechazar -dijo la vieja sonriendo.
-¡Vamos pues! -le dijo el extraño ofreciéndole una mano grande y peluda.
-Lo siento mucho, señor, pero estoy tan enferma que ni siquiera puedo andar más de dos o tres pasos.
-No se preocupe, yo la cargaré entonces.
El corpulento hombre tomó a la anciana y lo colocó sobre uno de sus anchos hombros, como si fuera una bolsa de papas, y salieron al exterior.
-¡La puerta! -exclamó la anciana cuando el hombre hubo dado algunos pasos. Por lo que volvió, cerró la puerta y empezaron la caminata.
Bajaron hasta el valle y cruzaron algunos arroyos de cristalinas aguas.
-¿Falta mucho hasta su casa? -le preguntó la vieja mientras permanecía cabeza abajo.
-Todavía falta un poco -repuso el hombre sin detenerse. Siguieron caminando y subieron la ladera de una montaña.
Cuando se encontraban en la cima la vieja volvió a preguntar:
-¿Falta mucho hasta su casa?
-Ya falta menos -repuso el hombre mientras seguía caminando.
Bajaron de la montaña y se internaron en un frondoso bosque. Luego de varias horas de caminar la vieja volvió a preguntar:
-¿Falta mucho hasta su casa?
-Ya casi llegamos -le respondió el hombre.
La vieja, que pendía cabeza abajo y se sentía calentita y abrigada por estar junto a esa piel gris de pelo abundante, tuvo curiosidad por saber de qué animal era y la tocó.
Ése fue el momento en que se dio cuenta de que el hombre corpulento no estaba vestido con pieles de animales, sino que ¡ésa era su propia piel!
La desesperación agarrotó su cuerpo de tal manera que hasta el hombre lo sintió y le dijo:
-¿Qué le pasa? ¡De pronto se ha puesto dura como el tronco de un árbol!
El miedo era tan grande que la vieja recordó las palabras del cura y se dio cuenta de que en su pedido anterior no había mencionado a Dios.
-La piel... -dijo la vieja titubeando. ¿Quién eres?
-¡Soy un ogro y te comeré! -dijo la criatura apretándola aún más contra su cuerpo.
-Espera un momento -le dijo la vieja de pronto.
-Ya estamos a punto de llegar.
-¡Detente!
-¿Qué sucede? -dijo el ogro deteniéndose.
-Me olvidé algo.
-¿De qué?
-¡Me olvidé de mencionar a Dios!
El ogro aulló como un animal enfurecido. El bramido de su garganta resonó por todo el páramo asustando a las aves del lugar, que se lanzaron a volar alocadas.
El ogro arrojó a la vieja al suelo y salió corriendo a gran velocidad. Pronto se perdió de vista en la espesura del bosque.
Casi a punto de desmayarse, la vieja rezó:
-¡Dios Todopoderoso, no me dejes morir aquí! -y al terminar su oración se desmayó.
En ese momento pasaba un leñador que casi se tropieza con la anciana. Dejó la pila de leña que cargaba y la tomó en brazos para llevarla al pueblo.
Cuando la vieja se recuperó de su desmayo abrio los ojos y encontró al sacerdote Benjamín a su lado:
-Tenía razón sobre cómo pedir -le dijo la vieja con un hilo de voz.
-No se preocupe, señora, ahora descanse.
-No, sé que voy a morir, me queda poco tiempo, pero antes de irme quiero contarle lo que me sucedió.
El cura escuchó atentamente la historia de la vieja y cuando ésta terminó le dio la extremaunción. La vieja sonrió y murió en paz.
Cuenta la historia que el cura usó dicha historia muchas veces en sus sermones, y así fue como el cuento sobrevivió a través de los años, pasando de boca a oído y de oído a boca.

Cuentos de ogros


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