Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 17 de agosto de 2012

El efecto de la recompensa


Nunca nadie se había atrevido a ir en busca del Caballo de Fuego que vagaba por las praderas de la Luna, pero el emir, instigado por el lorito, prometió como recompensa, al que lograra apoderarse de él, la mano de la primera princesa que llegara a la ciudad.
La recompensa era vaga, pero atractiva y un joven romántico y apuesto se brindó a ir en su busca. Como además era prudente, esperó a que la Luna estuviera oculta y apareció en la pradera. En un descuido del caballo lo montó. Luego, espoleándolo, se lanzó por los aires. Recorría los más fabulosos países y anunciaba las maravillas de su ciudad.
Al pasar lentamente sobre un hermoso palacio real, la princesa asomada a la ventana, dijo:
-Padre, quiero poseer ese caballo.
En realidad, apenas se había fijado en él, pero sí en el jinete.
El padre, que veía por los ojos de su hija, ordenó que una poderosa flota siguiera al caballo a través de los mares. Naturalmente, él y su hija figuraban entre los expedicionarios. Así llegaron a la ciudad de Hassam y el joven y valiente caballero pudo casarse con la princesa, y el pueblo entero saciar su apetito con el contenido de las bodegas de los barcos.
El emir se fió siempre de los consejos de su lorito, pues, del mundo entero llegaban visitantes que se maravillaban de lo que veían y llevaban mercancías para cambiarlas por oro y perlas.
En cuanto a la princesa y a su caballero debemos contar que fueron felices.

999. Anonimo

El eco salvador


Un campesino pensó llegar más pronto a la ciudad atravesando los montes para acortar camino, pues eran los tiempos en que había que viajar a pie, a lomos de caballo o en diligencia.
El hombre, que no conocía muy bien la región, se perdió. Intentó salir del laberinto de montañas rocosas y se internó aún más en un paraje inhóspito.
Dos días llevaba perdido en una inmensa soledad, cuando se le ocurrió gritar, aunque sin la menor esperanza de ser oído.
Pero se equivocaba. Un jinete lejano le oyó, porque su voz, al chocar contra las paredes lisas de las montañas, era repelida con fuerza tremenda. Guiándose por el eco, como hubiera podido guiarse por el tam-tam de un tambor, el jinete pudo llegar hasta el viajero y conducirlo sano y salvo hasta el camino más corto que le llevó a la ciudad.

999. Anonimo

El duendecillo panadero


El panadero murió, y sus tres hijas quedaron muy desconsoladas, pues no sabían hacer pan para ganarse la vida.
‑¡Nos moriremos de hambre! ‑lloraban.
Las oyó un duendecillo que era panadero y mientras dormían les hizo el pan para el día siguiente.
Al verlo todo hecho, se pusieron muy contentas y lo vendieron bien.
Pero a la noche siguiente, miraron por la cerradura y vieron al duendecillo trabajando, con un traje muy roto.
‑¡Pobrecillo! Le haremos un vestido nuevo ‑pensaron.
A los pocos días, cuando volvió el duendecillo se encontró un precioso traje sobre una silla y se lo puso. Las tres hermanas estaban observándole, y al ver que no se ponía a amasar entraron en la habitación.
‑¿No vas a hacernos hoy el pan? ‑le preguntaron.
Y el duende, que era muy pillo, contestó:
‑«Duendecillo con pantalón nuevo no quiere trabajar ni ser panadero».
Y se marchó a presumir, dejándolas muy sorprendidas. ¡No tuvieron más remedio que aprender a hacer pan!

999. Anonimo

El dragon de la mentira


Andando andando, la sirena y el niño llegaron a una preciosa sala, donde, en un trono, descansaba un anciano de barbas y cabellos blancos.
-¿Quién es este niño y qué hace aquí? -preguntó, dirigiéndose a su hija Solymar.
La princesa le contó cómo le había encontrado en la playa, rodeado de juguetes y pensó que a todos les agradaría tener un niño de la tierra que les hiciera partícipes de su infantil alegría.
El rey sonrió complacido y ordenó que le diesen al pequeño todo cuanto pudiera necesitar.
El pequeño comió con apetito y luego, como se había quedado solo, llevado de la curiosidad, se internó por unos pasadizos. Y llegó a un palacete rosado adornado de conchas y perlas. Entró sigilosamente y un individuo fornido y amenazador surgió ante él.
-¿Qué haces aquí?
-Soy un niño de la tierra, invitado por la princesa Solymar.
-¡Insensato! ¡Vete! Otros niños holgazanes como tú llegaron hasta aquí y ahora tienen que trabajar cuatro años seguidos, como castigo, antes de ser perdonados.
El niño se apresuró a huir y muy pronto tropezó con la princesa, que le andaba buscando.
-¿Dónde estabas? -le preguntó.
Para disculparse, el niño no se le ocurrió más que mentir y dijo:
-He tropezado con un dragón de ojos enormes, alas de murciélago y muchas patas.
Y entonces, el dragón así descrito, se hizo realidad.

999. Anonimo

Aprendiz de samurai

Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre había prometido concederle el mayor de los tesoros. Una espada de Samurai. Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la de su padre, sería una sencilla espada katana. Lo demás habría de ganárselo por si mismo. Era un inmenso honor el que le hacía su padre. A partir de ahora dejaba de ser un niño para convertiste en todo un aprendiz de Samurai. Un brillante futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a aprender y a trabajar. Y kan lo estaba desde lo más profundo de su corazón.
Su padre Kazo estaba frente a él, solemne e imponente como era natural en su persona. El anciano Samurai aparentaba mucha menos edad de la que realmente tenía, solo su larga cabellera blanca y unos ojos llenos de sabiduría rebelaban su verdadera edad. Su armadura de General Samurai reflejaba los dorados rayos del sol como si fuera de oro mientras que los dobles diamantes engastados en la empuñadura de su propia espada katana formaba un doble arco iris enlazado en su base. Kazo había luchado mil batallas y formado a cientos de Samurais, y por fin hoy iba a instruir a su propio hijo. Un acontecimiento que llevaba esperando desde hace doce años. En sus manos sostenía la futura katana de su hijo, un arma poderosa que debía usarse con sabiduría. Kan debía entender que lo más importante de un Samurai no era su arma, sino su sabiduría y su honor.
La cara de Kan resplandeciente de honor y gozo al recibir su espada, llenó el corazón de su padre de un orgullo como nunca antes había sentido. Ahora ya era oficial, el joven aprendiz había superado todas las sutiles trampas que se le habían tendido y por sus propios méritos se había convertido en uno más del clan.
Esa misma noche, después de las celebraciones y las risas, padre e hijo se sentaron juntos alrededor de la hoguera. La noche era cálida y en el cielo lucían las estrellas como luciérnagas en un estanque, la Luna llena brillaba con fuerza, como si quisiera arropar al joven Samurai con sus rayos de luz.
-Hijo mío -La voz de Kazo era grabe, relajante y penetrante como las caricias de una madre. 
-Hoy has dado un paso muy importante en tu vida. Has dejado de ser una persona normal, has dejado el bosque para introducirte en el camino de la vida por el sendero del Samurai. Has superado la trampa invisible que tienden los fantasmas del miedo y del fracaso. Nunca luches contra los fantasmas del miedo, ellos harán que todos los problemas parezcan agolparse para vencerte y doblegarte, cuando estos fantasmas te ataquen, no te defiendas, sigue adelante enfrentándote a los problemas uno a uno. Ese es el único secreto del éxito hijo mío.
-Si padre, estas semanas las dudas recorrían mi mente -Kan miraba a la Luna en busca de fuerzas para expresar lo que había sentido -no sabía si sería capaz de llegar al final, tenía miedo de entrar en la senda del Samurai por miedo al fracaso, por miedo a decepcionarte, por miedo a que se rieran de mi los demás mientras no domine todas las técnicas como lo hace un Samurai de verdad. Era un dolor intenso -dijo mientras su mano se posaba en su estomago -como si me clavaran afiladas agujas en el estomago. Pero me di cuenta que si no empezaba, habría fracasado aun antes de intentarlo. 
-Sus ojos se clavaron en los de su padre.
-No se si llegaré algún día a ser un Samurai tan bueno y poderoso como tú padre, pero ten por seguro que lo intentaré hasta con el ultimo vestigio de mi alma, nunca me rendiré al camino. Siempre seguiré adelante.
Kazo no podría estar más orgulloso. Su hijo poseía una fuerza que le conduciría allí donde el quisiera. Por que nadie mejor que el viejo Samurai sabía que él mayor secreto para conseguir en la vida lo que se desea es el no rendirse jamás. A su tierna edad ya conocía ese secreto sin duda llegaría muy lejos, mucho más lejos que su padre el General de Generales.
-Hijo, ahora eres parte de los Samurais y por lo tanto has de regirte como tal -El viejo Samurai cogió un grueso leño y se lo paso a su hijo. 
-Parte este leño hijo mío, se que puedes hacerlo.
-Pero padre, este leño es muy grueso, -dijo el joven abatido- y yo solo tengo doce años, aun no soy un hombre maduro. No tengo la fuerza suficiente.
-Claro que tienes la fuerza hijo, pero tu fuerza no esta en tus músculos -sentenció a la vez que rodeaba con su grande y cálida mano el estrecho brazo de su hijo -Si no en tu cabeza, es en tu inteligencia y en tu fuerza de voluntad donde posees la energía suficiente para realizar todo aquello que desees. Si piensas que no eres capaz de hacerlo... seguramente nunca serás capaz. Sin embargo, si estás convencido de que es posible, y desde el fondo de tu corazón brilla la verde llama de la esperanza y la fe en ti mismo. Podrás hacer lo que desees, solo habrás de buscar el medio.
-Pero padre... -Kan quería creer a su padre, era un Samurai y los Samurais nunca mienten. Entonces debía existir una forma... pero cual -¡Ya se! Ahora yo también soy un Samurai, ¡puedo hacer lo imposible!
Y desenfundando por primera vez su espada katana lanzó con todas sus fuerzas un terrible golpe contra el tronco... consiguiendo que la katana se incrustara fuertemente dentro del tronco. Kan intentó sacarla de un tirón, pero sus esfuerzos eran inútiles. Estaba demasiado fuertemente enganchada. Se estaba poniendo muy nervioso, y si no fuera por que la cálida mano de su padre le calmó, como tantas veces había hecho de pequeño, se habría echado a llorar.
-Tu intento ha sido digno de elogio Kan, pero has de aprender antes de hacer. 
-El viejo samurai tomo entre sus manos la espada de su hijo y con un giro rápido de muñeca extrajo la espada del tronco. 
-Has de fijarte pequeños objetivos, fáciles de cumplir con tus capacidades, para conseguir lo que deseas. 
-Dicho esto devolvió la espada a su hijo. 
-Primero intenta crear una zanja en el tronco, no de un golpe directo, si no de dos curvos que te ayuden a debilitar la rama.
Kan lanzó un tajo curvo y cortante que hizo saltar unas astillas del tronco, a continuación lanzó otro en dirección opuesta que hizo que casi la mitad del tronco se dispersara por el suelo. Animado repitió la operación y unos instantes después el grueso tronco reposaba en el suelo, partido en dos pedazos y un montón de astillas.
-¡Tienes razón padre! El tronco entero era demasiado para mí, pero poco a poco he logrado debilitarlo y al final yo he vencido. Si hubiera pensado que no podía, nunca lo hubiera intentado. ¡Pero decidí que era capaz, que debía de existir una manera de cortarlo y la encontré!
-Siempre existe una manera -la voz del viejo Samurai penetro en los oídos de su hijo grabando estas palabras a fuego -siempre existe una manera de lograr lo que deseamos.
-Y para ello debemos hacer lo que sea padre -pregunto inocente-mente Kan.
Kazo se alarmo, no quería que su hijo le interpretara mal, siempre había que regirse por el honor y la generosidad, pero una ve que vio la inocente mirada de su hijo, la calma se apoderó otra vez de su corazón.
-Hijo, Puedes conseguir todo lo que desees en la vida solo con que ayudes a otras personas a conseguir lo que ellas desean.
-No entiendo padre.
-Tú sabes que el granjero siempre recoge más de lo que siembra ¿No es así? -kazo sabía que su hijo había ayudado a sembrar a sus vecinos y se había quedado maravillado al ver como crecían las planas día a día y como de un puñado se semillas surgían, con el tiempo, cientos de sabrosos frutos
-Pues igual que el granjero siempre recoge más que lo que siembra, tu debes saber que no estas solo y has de ayudar todo lo que puedas a tu equipo, si lo haces así después recogerás la cosecha más fructífera que nunca ayas soñado.
Kan quedó pensativo, todavía era muy joven para entender todas las palabras de su padre, pero el sabía que su padre siempre había sido generoso y gracias a ello había llegado a ser un general de generales, por eso decidió firmemente que él haría lo mismo.
-Padre, tengo una duda que me atormenta -se sinceró Kan- antes no te la quise decir por que hoy es un día de dicha. Pero no concuerda con lo que me acabas de decir.
-¿Si hijo?
-Ayer conté a mis amigos del pueblo que me iba a convertir en Samurai, que aprendería los secretos de nuestro arte y que me convertiría en el tipo de guerrero más poderoso que existe -los ojos de Kan se clavaron en el crujiente fuego- y los otros niños se rieron de mí, me dijeron que era un blandengue, que todo eran mentiras y que tuviera cuidado por que lo más seguro es que me dieran una paliza los verdaderos Samurais por mentiroso y que luego me echarían a la hoguera. ¿he de ser generoso también con esos niños padre?
-Hijo... -Una sonrisa de comprensión surcaba los labios del viejo Samurai, a él le había pasado lo mismo en su juventud y sabía que las mismas personas que hoy criticaba y ridiculizaban a su hijo, mañana serían sus más fervientes admiradores por su valentía y coraje.
-Hay una forma muy fácil de evitar las criticas...
-¿Cual es padre? 
-Pregunto entusiasmado Kan.
-... simplemente no seas nada y no hagas nada, consigue un trabajo de barrendero y mata tu ambición. Es un remedio que nunca falla.
-¡Pero Padre! Eso no es lo que yo quiero, yo quiero ser fuerte y poderoso como tú, tengo aspiraciones y sueños que quiero cumplir en la vida. Y solo tengo esta vida para hacer esos sueños realidad ¿Como me pides que haga eso?
-Entonces Kan, ten mucho cuidado con los ladrones de sueños - dijo Kazo misterioso
-¿Los ladrones de sueños?
-El niño Samurai miro temeroso a su alrededor
-¿Que son? ¿Demonios de la noche? ¿Duendes malignos? ¿Seres tenebrosos?
-No hijo, son tus amigos y personas cercanas a ti -los ojos de su hijo lo miraban con una expresión triste, como si le acabara de caer el mundo encima - No te preocupes, solo son amigos tuyos, mal informados que quieren protegerte, quieren todo el bien para ti y que no sufras, por eso intentarán detenerte en todos los proyectos que hagas, para evitar que fracases y te hagas daño.
-Pero entonces son como los fantasmas del miedo y del fracaso, quieren mi bien y sin embargo me infringen el mayor daño que puede existir. Róbame mis sueños, mis ambiciones y por tanto las más poderosas armas que tengo de alcanzar lo que yo quiero. Si nunca lo intento... nunca lo conseguiré. ¡Es cierto que si lo intento puedo fracasar, sin embargo también puedo tener éxito y conseguir lo que yo quiero!
-Eso es hijo y además, sin quererlo, acabas de descubrir tus tres armas más poderosas.
-¡Cuales! dímelo -su ilusión ante la perspectiva de tener más armas era enorme.
-La primera el Entusiasmo, si crees en lo que haces y de verdad te gusta podrás conseguirlo todo y debes creerlo con todos los vestigios de tu ser.
Kan asintió con la cabeza, temeroso de interrumpir a su padre.
-La segunda ¡El Empuje! Has de aprender y trabajar, aprender y trabajar y después... enseñar, aprender y trabajar. Solo con el trabajo conseguirás tus objetivos. Si pretendes aprovecharte de la gente solo encontraras el fracaso, sin embargo, si trabajas con honor, en equipo y siempre intentas superarte... no habrá nada que pueda pararte.
Kan poso la mano en su corazón y se prometió a si mismo, en absoluto silencio que siempre trabajaría con honor y que nadie le pararía.
-Y tercer la Constancia -los ojos de Kan preguntaban a su padre que era la constancia, acaso no era lo mismo que el empuje - ¡La Constancia hijo mío, es la capacidad de aguantar en los tiempos duros y seguir trabajando para que vengan los tiempos buenos, la constancia es el Arte de Continuar Siempre! Tú ahora acabas de empezar y mañana empezarás a practicar con los Samurais. Al principio, después de cada entrenamiento, te dolerán los músculos y estarás cansado, tendrás ganas de abandonarlo todo por que pensarás que esto es demasiado duro para ti. Pero si eres Contante y continúas apren-diendo y practicando, poco a poco tu cuerpo se irá adaptando y desarrollando, así como tu mente. Y veras como cada vez las cosas te resultarán más fáciles y obtendrás más resultados y más fácilmente. Los comienzos son siempre duros hijo, y solo si eres Contante tendrás el éxito asegurado.
Kazo vio como su joven hijo asentía medio dormido. Ya era tarde y hoy había aprendido más que en toda su vida. EL viejo Samurai cogió a su joven hijo y ahora aprendiz de su arte en sus brazos, levantando, a pesar de su avanzada edad, como si de una pluma se tratara.
Su hijo le susurro algo al oído como "¡gracias papa!" antes de quedarse dormido. El general de generales se preguntó si realmente su hijo seguiría al pie de la letra todos los consejos que hoy había aprendido. Sabía que si así lo hacía llegaría aun más alto de lo que él, general de generales, había logrado.

999. Anonimo

Agua del pozo .999

Había una vez una vez un hombre de noble cuna, que después de atravesar el desierto llego a un poblado lleno de árboles y huertos y lo primero que encontró fue un pozo, sediento como estaba se acerco para saciar su sed, pero el agua estaba tan profunda, que era inaccesible y nada de su alrededor podía facilitarle el alcanzar el agua, por ello decidió sentarse junto al pozo a esperar que pasara alguna cosa y confiando en Dios.
Al poco rato, se aproximo una mujer con una jarra asentada en su cadera y una cuerda en la mano. Al verle allí sentado, con una sonrisa le saludó.
-"La paz de Dios sea contigo" y el le respondió. -"Su paz sea contigo" Y la mujer sin decir nada, deslizo de sus manos la cuerda dentro del pozo y atada en un extremo la jarra, que hizo descender lentamente y con cuidado luego se oyó el chapoteo de la jarra al hundirse en el agua, entonces la mujer alargando el brazo, removió la cuerda para que se llenara el recipiente y empezó a tirar de ella hacia arriba con fuerza y cuidado.
Mientras el hombre sentado al lado del pozo le contaba, lo mucho que había viajado y que había conocido todo tipo de pozos. La mujer de cuando en cuando se lo miraba sin dejar de sonreir...y tiraba y tiraba de la larga cuerda subiendo la jarra.
Yo he conocido pozos mucho mas grandes que este y he probado aguas salobres y otras mas dulces y parece mentira la gama de sabores que pueda tener el agua...El hombre comentaba. Ella le dirigía alguna mirada asintiendo sus palabras...al final haciendo un último esfuerzo la mujer cogió por un asa la jarra, la descanso sobre el borde del pozo y recogió la cuerda, agarro la jarra mojada se la planto al costado y dirigiendo una mirada al hombre le dijo.
-"Pues muy bien, estad con Dios…" y se marcho.
El hombre sin moverse de donde estaba vio como se alejaba la mujer y abatido se dispuso a esperar que Dios en su Misericordia le proporcionara la manera de poder beber agua de aquel pozo...

 999. Anonimo

Ada .999

Miradla, tan lánguida y débil como una rosa, impregnada de esa tristeza que atraviesa su alma como un haz de luz. No se separa de la ventana, esperando la noche. Su anciana tía la mira fugazmente, porque no quiere que Ada se de cuenta de que la mira, porque si lo hace aún se pondrá más triste. Desde la cabaña de madera se ve tras el cristal como quien mira tras un vaso empañado. La lluvia tenue ha formado una espesa cortina de humedad que apenas permite visualizar el exterior, pero en cambio Ada, muy paciente-mente, ha dibujado un círculo con su dedo que le acerca más al bosque. Tía Mondana, que teje mientras observa sobre sus lentes la figura de la muchacha, suspira y le dice: "Ya son las seis, Ada. Creo que ya puedes salir". Ada asiente con la cabeza, se yergue y se tapa con un chal de punto marrón. Fuera hace frío y la lluvia la calará. Tía Mondana se levanta de su silla antes de que la muchacha se marche. "Ada, ¿de verdad quieres salir esta noche? Vas a pasar frío. Ese chal no te va a calentar nada". Pero Ada medio sonríe sin decir palabra y se marcha. En el fondo, tía Mondana sabe que Ada es la propia Naturaleza y que ni el frío ni la lluvia evitarán sus perennes salidas nocturnas. La anciana recuerda todas las noches lo que hacía años había sucedido, y no puede remediar las lágrimas al rememorar el pasado.
Aquello pasó hace muchos años, cuando Mondana no era más que una adolescente de quince años amante de libros de fantasía y de duendes. Su hermana Lillian, mayor que ella, siempre la censuró de fantasiosa y alocada, por lo que gracias a su lengua todo Vollisville la criticó de anómala y medio bruja, muy a su pesar. Mondana no tenía amigos, pero cada día visitaba el bosque armada de sus libros -algunos de grandes dimensiones- y a veces, acompañada de una muchacha de color que le ayudaba a su madre en las tareas domésticas. Juntas leían al borde de un lago, en las entrañas del bosque, y decían ver y oír cosas que nadie podía imaginar. Cuando un atardecer su hermana Lillian las sorprendió escapándose vestidas con atuendos marrones, como si de dos monjes se tratase, las siguió sigilosa-mente hasta parar en el bosque. Lillian permaneció en silencio durante largos minutos y presenció, asombrada, una escena dantesca. Mondana y Rose, la muchacha negra, bailaban como posesas alrededor de un libro enorme totalmente desnudas, riendo sin parar bajo la tenue lluvia que parecía haber sido invocada, de momento, por las danzantes muchachas. Lillian, avergonzada por aquella escena, salió de su escondite y con un ataque de furia, se abalanzó sobre su hermana y, agarrándola de sus largos cabellos, la zarandeó obligándola a vestirse.
"¿Estáis locas? ¡Os quemarán por esto! ¡Malditas niñas!". Mondana intentó escabullirse, como hizo su compañera, pero Lillian la arrastró hasta su casa amenazándola con contárselo a todo el mundo. "¡El libro! ¡Tengo que cerrar el libro!". Pero Lillian la llevó a casa sin hacerle el menor caso, regañando su acto como una extrema grosería propia brujas. Rose ya había entrado en la casa hacía rato y ya se había encerrado en su habitación. "¡Estábamos bailando con los duendes del bosque! ¡No estábamos haciendo nada malo...! ". La madre, que preparaba la cena y se vio rápidamente envuelta en aquel juego de manotazos y patadas, dejó sus quehaceres para separar a sus dos hijas. "¿Qué es lo que os pasa? ¿Os habéis vuelto locas?". Lillian soltó a su hermana, mojada hasta los huesos y se aproximó a su madre. "¡Acabo de ver a Mondana y a Rose haciendo prácticas de brujas!". La madre miró a Lillian con asombro. "¿Prácticas de brujas?". Lillian, azarada entre su cabello rubio y furiosa como un demonio, miró a su hermana con traición y se marchó a su habitación.
- Madre, por Dios, te prometo que no hemos hecho nada malo. Sólo estábamos jugando con los duendes, pero tengo que ir a por el libro. Se ha quedado abierto en medio del bosque. ¡Es el libro de los duendes mágicos!
-Mondana, te prohíbo rotundamente volver a salir al bosque y a cualquier lugar sin mi permiso. Te portas como una niña y ya hemos tenido muchos problemas por tu culpa. ¿Quieres que nos quemen por brujas? ¡Sube a tu cuarto!
-¡Pero madre, el libro...!
-¿No he hablado suficientemente claro?
Y así fue cómo Mondana permaneció recluida en su propia casa durante mucho tiempo y cómo Rose, la niña negra, fue despedida de inmediato, amenazada con serios castigos si volvía por allí.
Una mañana, Lillian se levantó muy débil. Se quejó aquella noche mucho, según Mondana, y el doctor Pritt no supo qué le pasaba. "Doctor, esta noche he tenido una terrible pesadilla. Un monstruo entraba en mi cuarto y se aproximaba lentamente a mi lecho mientras yo no podía gritar. Ha sido espantoso". Y el doctor lo atribuyó a su estado febril. No parecía importante. Pero las pesadillas siguieron produciéndose, cada noche, a la misma hora, cada vez más reales, y ya en todo el pueblo se oían sus gritos de angustia. "Está embrujada, como su hermana", se oía por todas partes, hasta que una mañana, Lillian se despertó con un dolor intenso en el bajo vientre. Su madre, muy asustada, volvió a llamar al doctor, quien, asombrado, y secándose el sudor de la frente, le informó que su hija estaba encinta. "¡No puede ser! ¡Está usted mintiendo!". Pero el vientre de Lillian crecía cada segundo, cada suspiro de angustia, y enloquecida supo que el monstruo de sus pesadillas le había engendrado un algo que no sabía qué era. Se acordó entonces del libro de Mondana, y atónitos todos, advirtieron que en solo un mes el vientre de Lillian había crecido tanto que en seguida se hubieron de poner manos a la obra. Sólo Mondana, recluida en su cuarto, sabía la verdad. El parto fue muy difícil y Lilliana murió, trayendo al mundo una criatura lo menos parecida a un ser humano, con pezuñas en vez de pies, con vello por todo el cuerpo y con dos orejas puntiagudas que a todos escandalizó. El doctor, armándose de un crucifijo, lo posó en su frente y santiguándose, salió atemorizado de la casa. La madre poco tardó en morir, puesto que ya amenazó muerte durante la gestación de su hija. Mondana, sabiendo que ella había sido la culpable de aquella irreparable desgracia, se armó de algunas ropas y envolvió a lo que era una hembra no humana con su túnica marrón. Escapó aquella misma noche, cuando el pueblo se disponía a quemar la casa por cobijar a dos brujas.
Se adentró en el bosque, más asustada que nunca y buscó y buscó el libro, pero no pudo recordar nunca dónde lo dejó. Agotada, con la criatura en sus brazos, logró dar con una antigua cabaña de madera allá en las entrañas del bosque. Allí, escondió a la pequeña criatura durante años y años.
Ahora, con sus párpados cansados de sueño y de vejez, Mondana oye sus pasitos, ya se acerca. Bueno, en realidad ha dejado de llover y en casa se está muy caliente. Parece que súbitamente se haya ido el invierno. Mondana espera acostada, como siempre, con un ojo abierto y otro cerrado. "Buenas noches, tía". Sienten sus viejos oídos que dice. "Al fin lo he encontrado, tía. Me han ayudado los duendes, porque estaba enterrado bajo miles de hojas. Lo he cerrado. ¡El libro, tía! ¡Lo he cerrado!". Sus oídos no pueden creer lo que están oyendo, pero entonces un rayo de sol ilumina el rostro de Ada. "¡Dios mío, Ada, eres hermosa! ¡La maldición de los súcubos del bosque se ha terminado!". Y por primera vez en su vida, Ada corre hacia la zafa de agua donde su rostro se refleja. Su rostro hermoso no parece ser el suyo, pero en cambio, sí lo es. En realidad, es su verdadero rostro. Sus pezuñas se han transformado en blancos y sedosos pies y su vello se ha convertido en halos de luz en todo su cuerpo. "Ada, ¿me perdonas ahora?". Y Ada la besa fuertemente en la cara y ríe, ¡ríe! porque acaba de nacer.

999. Anonimo