El rey de Londres tenía una hija muy hermosa y
comunicó a todo el mundo que se la daría como mujer a aquel que adivinase dónde
dormía la princesa. Quien no lo adivinara, sería ahorcado sin piedad.
De todas partes comenzaron a llegar príncipes
y caballeros, pero ninguno de ellos tuvo suerte. La princesa recibía a cada
pretendiente con modales delicados, lo acompañaba al jardín, le daba de comer
fruta y vino hasta hacerlo emborrachar: así el desdichado dormía como un lirón
y no se despertaba hasta la mañana siguiente, sin saber, claro está, dónde
había dormido la princesa. Y todos aquellos nobles señores acababan en la
horca, uno tras otro, como vulgares bandidos. Un día, Juan Soldado, que estaba en
España, oyó hablar de la princesa de Londres y pensó: «Sería francamente
ridículo que no pudiese adivinar dónde duerme esta princesa».
Y sin vacilar emprendió el viaje a Londres.
Sus compañeros se lo desaconsejaron:
-No vaya a ser que acabes ahorcado también tú.
Pero Juan Soldado no le hizo caso a nadie.
Partió por la mañana y, al anochecer, ya estaba llamando a la puerta del rey de
Londres. El centinela exclamó:
-Adelante, la horca ya está lista.
Pero Juan Soldado no dijo nada e hizo una
profunda reverencia a la princesa. Ella lo recibió con modales delicados, lo
acompañó al jardín y le sirvió un vaso lleno de vino. Juan Soldado alzó el vaso
y dijo:
-A tu salud, princesa.
Pero no bebió el vino y, disimuladamente, lo
derramó bajo su camisa. Después se acostó en un sillón y fingió que dormía.
Alrede-dor del jardín había una profunda fosa y, a su lado, crecía un alto
pino. La princesa dejó el jardín, se acercó al pino y le dijo:
-Pino, inclínate.
El pino se inclinó sobre la fosa y la princesa
pasó al otro lado. Juan Soldado lo había visto y oído todo. En cuanto la
princesa estuvo del otro lado, también él acudió al pino y le dijo:
-Pino, inclínate.
El pino se curvó sobre la fosa y Juan Soldado
fue tras la princesa. Ella se detuvo frente a una puerta y dijo:
-En aire me convierto.
En el acto se transformó en aire y entró por
el ojo de la cerradura. Cuando estuvo dentro de la habitación, dijo:
-Vuelvo a ser princesa.
Se transformó nuevamente en una princesa, se
acostó en la cama contenta, cerró los ojos y se durmió.
Juan Soldado lo había visto y oído todo. En
cuanto la princesa se durmió, se acercó a la puerta y dijo:
-En aire me convierto.
En el acto se transformó en aire y entró por
el ojo de la cerradura. Cuando estuvo dentro de la habitación, dijo:
-Vuelvo a ser Juan Soldado.
Y se transformó de nuevo en un hombre.
La princesa dormía en una cama espléndida.
Frente a la cama había una mesa llena de manjares dispuestos en fuentes de oro.
Cerca de las fuentes, había cuchillos y tenedores que llevaban grabado el
nombre del rey. Juan Soldado se inclinó ante la princesa y cogió un pañuelo que
estaba debajo de la almohada y que tenía bordada una corona. Después cogió de
la mesa un cuchillo y un tenedor, ambos de oro, y, de una fuente, una perdiz
asada. Lo guardó todo en su mochila, atravesó la puerta como había hecho antes
y volvió al jardín, donde durmió y roncó tranquilamente. Fue a despertarlo un
centinela:
-La horca te espera.
Pero Juan Soldado se echó a reír:
-Déjala que espere y llévame ante el rey,
porque quiero decirle dónde duerme su hija.
El rey de Londres estaba muy sorprendido:
-Juan Soldado, ¿es verdad que sabes dónde
duerme mi hija?
-Claro que lo sé, majestad. Duerme en sus
aposentos; debajo de la almohada tiene un pañuelo con una corona bordada; en la
mesa tiene cuchillos p tenedores de oro con el nombre grabado del rey, y en las
fuentes de oro hay perdices asadas.
Y para probar que lo había visto todo, Juan
Soldado sacó de la mochila el pañuelo, el cuchillo y el tenedor de oro, además
de la perdiz asada.
-Has acertado, sin duda -dijo el rey de
Londres. Pero antes de darte la mano de mi hija, quiero someterte a una prueba.
Si eres Juan Soldado, debes estar preparado para dar instrucción militar a mis
veinticinco conejos en un plazo de tres días. Pero presta mucha atención: si
dejas escapar a uno solo de ellos, haré que te corten la cabeza.
Juan Soldado cogió los conejos del rey, los
puso en una cesta y, cargándola sobre sus hombros, se dirigió melancólicamente
al prado que estaba detrás del palacio real. En el camino, se encontró con una
vieja de cabellos blancos, que le preguntó:
-¿Por qué estás tan triste, Juan Soldado?
-No es para menos: debo instruir como soldados
a estos conejos. Yo soy un buen soldado, por eso me llaman como me llaman, pero
¿quién ha oído decir alguna vez que los conejos pueden aprender a hacer los
ejercicios militares?
La vieja sonrió:
-No te preocupes, yo te daré una cosa. Mírala,
es una pipa de madera de sauce. Cuando fumes, los conejos obedecerán cada
palabra que digas.
Juan Soldado cogió la pipa y la vieja
desapareció. Sacó a los conejos de la cesta y encendió la pipa. Los conejos se
alinearon en el prado como soldados. Juan Soldado dio la segunda bocanada de
humo y gritó:
-¡Derecha!
Los conejos giraron como un solo hombre. Juan
Soldado fumó otra vez en pipa p gritó:
-De frente izquierda.
Los conejos se volvieron como un solo hombre.
Juan Soldado volvió a fumar y gritó:
-¡Adelante, ay!
Los conejos marcaron el paso de un lado al
otro del prado. El rey, que se había asomado a una ventana con la reina y la
princesa, tenía los ojos desorbitados por la sorpresa.
-Has estado estupendo, Juan Soldado. ¿Están
todos los conejos?
-Todos, majestad.
-Muy bien, continúa con la instrucción durante
tres días y ya veremos los resultados.
Juan Soldado estuvo con los conejos del rey el
primer día. A las doce de la mañana en punto, vio venir a una muchacha con una
cesta. Iba vestida de campesina, pero Juan Soldado se dio cuenta enseguida de
que era la princesa. Ésta fue hacia él y le dijo:
-Oye, pastor, véndeme un conejo.
-Venderlo no puedo -respondió Juan Soldado-.
Pero te daré uno a cambio de un beso.
La princesa disfrazada se sonrojó, pero le dio
el beso, cogió el conejo por las orejas, lo puso en su cesta y se fue a su
casa. Pero Juan Soldado encendió la pipa, fumó, y el conejo saltó fuera de la
cesta. La princesa volvió a casa con las manos vacías. Así Juan Soldado, esa
noche, pudo llevar al palacio los veinticinco conejos.
Al día siguiente, los llevó al mismo prado y,
a las doce de la mañana, vio que llegaba una vieja con una cesta. Iba vestida
como una campesina, pero Juan Soldado se dio cuenta enseguida de que era la
reina. Ella se acercó y dijo:
-Oye, pastor, véndeme un conejo.
-Venderlo no puedo -respondió Juan Soldado,
pero te daré uno a cambio de tu falda.
A la reina disfrazada le dio vergüenza, pero
acabó entregándole la falda. Cogió el conejo por las orejas, lo puso en la
cesta y volvió a su casa en enaguas, en medio de las risas de todos aquellos
con quienes se encontraba. Pero, antes de que llegase a trasponer el portón del
palacio, Juan Soldado fumó en pipa, el conejo saltó fuera de la cesta y la
reina entró en la residencia real con las manos vacías. En cambio, Juan
Soldado, también esa noche, pudo llevar al palacio los veinticinco conejos.
El tercer día, mientras Juan Soldado estaba en
el prado con los conejos, vio que llegaba el rey en persona, disfrazado de
campesino. El rey se acercó y le dijo:
-Oye, pastor, véndeme un conejo, te lo pagaré
bien.
-Venderlo no puedo -respondió Juan Soldado.
Pero te lo daré a cambio de tus pantalones.
Al rey disfrazado le dio vergüenza, pero acabó
entregándole los pantalones. Cogió el conejo por las orejas, lo puso en la
cesta y se dirigió rápido a su casa en calzoncillos, en medio de las risas de
toda la ciudad. Pero, antes de que llegase a trasponer el portón del palacio,
Juan Soldado fumó en pipa, el conejo saltó fuera de la cesta p el rey volvió a
casa con las manos vacías, igual que su mujer y su hija. Juan Soldado pudo,
también esa noche, volver al castillo con los veinticinco conejos.
El rey le dijo:
-Muy bien, has superado la segunda prueba.
Pero, antes de casarte con mi hija, debes traerme una bolsa llena de mentiras.
Si no me la traes, haré que te corten la cabeza.
Juan Soldado se echó a reír:
-Eso es muy fácil, Majestad, te la traeré
enseguida.
Y pocos minutos después, volvió con una bolsa
vacía y dijo:
-El primer día en el prado llegó la princesa y
me dio un beso a cambio de un conejo.
-¡Eso es mentira! -gritó la princesa,
sonrojándose.
-Si es una mentira, ya tenemos llena una
tercera parte de la bolsa -dijo Juan Soldado y continuó. El segundo día en el
prado llegó la reina y me dio su falda a cambio de un conejo.
-¡Eso es una mentira! -gritó la reina
poniéndose roja.
-Si es una mentira, ya tenemos llena la mitad
de la bolsa. El tercer día en el prado legó el rey y me dio sus pantalones a
cambio de un conejo.
-¡Eso es una mentira! -gritó el rey
sonrojándose.
-Si es una mentira, la bolsa ya está
totalmente llena -rió Juan Soldado y, atando la bolsa vacía, se la entregó al
rey.
-Muy bien -suspiró el rey, has superado
también la tercera prueba y mi hija te pertenece.
Y así Juan Soldado tomó por esposa a la
princesa de Londres.
003. anonimo (españa)
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