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viernes, 29 de junio de 2012

No hay apegos pequeños


Era un padre que tenía dos hijos adolescentes. Una tarde los reunió en el apacible jardín de la casa y les dijo:
-Hijos míos, vais sumando años y debo hacerme cargo también de vuestra educación espiritual. Quie­ro que seáis hombres libres en lo externo y en lo interno. Os voy a decir algo muy importante y no lo olvidéis nunca, ni siquiera años después de que las cenizas de vuestro padre hayan sido esparcidas. No os dejéis nunca atrapar por los apegos. El apego pertur­ba la mente, el carácter y la relación' con las otras cria­turas. Reflexionad en ello y después de la cena volve­remos a hablar.
Uno de los jóvenes entendió perfectamente a su padre. Para él no había duda: el apego era una fuente de dolor propio y ajeno; era avidez y aferramiento. Todo apego es encadenante. Pero el otro muchacho no lo tenía tan claro y hacía distinción entre apegos grandes y pequeños y diferentes objetos del apego.
Después de la cena, el padre reunió de nuevo a sus dos hijos:
-¿Cómo ha ido esa reflexión? -preguntó.
Uno de los hermanos dijo:
-Yo he comprendido que todo apego perturba y esclaviza.
Pero el otro replicó:
-No lo creo. Depende de los objetos o asuntos a los que te apegues.
Entonces el padre cogió un hilo y lo enrolló al cuello del hijo que así se había expresado y comenzó a apretar.
-¡Padre, deténte! ¿Estás loco? Vas a matarme.
El padre se detuvo. Mostró el hilo a su hijo. Era un delicado hilo de seda. Y declaró:
-Querido hijo, hasta un hilo de seda puede qui­tarte la vida.

El Maestro dice: No es el objeto del apego el que nos esclaviza, sino el apego mismo. Tanto nos ata una cade­na de oro como un hilo de seda.

Fuente: Ramiro Calle

 004. Anonimo (india)

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